julio 2020

Violencias en el mundo del trabajo.

Dorothea Tanning

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La cámara de Senadores y Senadoras de la Nación en el mes de junio de este año, otorgó media sanción al proyecto de ley de ratificación del Convenio 190 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) sobre ELIMINACIÓN DE LA VIOLENCIA Y EL ACOSO EN EL MUNDO DEL TRABAJO, INCLUIDA LA VIOLENCIA Y ACOSO EN RAZÓN DE GÉNERO, adoptado por la Conferencia del Centenario, en su 108ª reunión, llevada a cabo el 21 de junio de 2019 en Ginebra. La violencia y acoso en el mundo del trabajo es una expresión que comprende no solo lo que sucede en el lugar de trabajo sino a todas las dimensiones que atraviesan la relación laboral en el ámbito social, político, cultural y económico. Designa un conjunto de comportamientos y prácticas inaceptables, o de amenazas de tales comportamientos y prácticas, ya sea que se manifiesten una sola vez o de manera repetida, que tengan por objeto, que causen o sean susceptibles de causar, un daño físico, psicológico, sexual o económico, e incluye la violencia y el acoso por razón de género. Y la expresión “violencia y acoso por razón de género” designa la violencia y el acoso que van dirigidos contra las personas por razón de su sexo o género, o que afectan de manera desproporcionada a personas de un sexo o género determinado, e incluye el acoso sexual.
En su visión tridimensional del tema, Slavoj Zizek refiere a la “violencia sistémica u objetiva” propia del mundo capitalista que en su fase neoliberal se refleja en la miseria, desigualdad, exclusión, precariedad, marginalidad, etc.; que por su recurrencia se torna normal, imperceptible. Luego a la “violencia simbólica”, que se impone a través del discurso de la clase dominante fundamentada por una ideología que sostiene el poder (cuyo ejemplos son racismos, odios, discriminaciones, etc.), los medios masivos de comunicación en manos de empresarios expresan de manera excluyente un ideario que invisibiliza y silencia la voz de los que no tienen voz. Ellos se encargan de mediatizar normalizando la violencia sistémica. Y en tercer lugar, las “violencias subjetivas”, que son aquellas formas directas de violencias y son mostradas por los medios masivos de comunicación, los femicidios, las masacres cotidianas, las agresiones de narcos, policías, militares, paramilitares, etc., con «daños colaterales» en la población civil. Esa trilogía funciona con cierta dinámica por donde la violencia simbólica visibiliza la violencia subjetiva y la desconecta de la violencia sistémica. La tipificación de la violencia en el mundo del trabajo es un avance para desarmar la violencia sistémica. Aunque insuficiente, es un buen comienzo.
También como parte de los ataques al mundo del trabajo es que en este mes de julio recordamos, como cada año, la violencia de la noche de las corbatas contra los abogados y abogadas laboralistas, de los representantes sindicales y de los trabajadores víctimas de la violencia sistémica.
Recordamos una vez más las palabras de Juan Alemann, viceministro de Economía de Martínez de Hoz, cuando confesó: “Nosotros liquidamos la subversión, derrotamos al movimiento sindical y desarticulamos a la clase obrera. Todo lo que vino después fue posible por nuestra labor” (La Nación, 9-4-1987). La represión ilegal, como parte del “Plan Condor”, fue una devastación del mundo del trabajo, destinada a desparecer a los líderes de la clase trabajadora (y a sus abogados y abogadas). Luego de años, después de haber transitado y removido numerosos obstáculos, se comprueba la vinculación del sector empresario con la desaparición forzada de los trabajadores. Una violencia en el mundo del trabajo invisibilizada, oculta, “desaparecida” de la escena como aquellas normas originales de la Ley de Contrato de Trabajo que nunca más fueron restauradas. Cuando comienzan a visibilizarse la responsabilidad penal de los gerentes de empresas nacionales y multinacionales, aparece una nueva violencia simbólica que instala el problema de “las mafias de los abogados laboralistas”, lo que no es casual, coincidiendo con un gobierno que mayoritariamente estaba integrado por CEOs de empresas. Tampoco lo es la violencia simbólica que habla del contrato y el despido como “comer y descomer”, o la transformación del trabajador en “emprendedor” y que el respeto a la dignidad de la persona se sustituya por la meritocracia.
Por eso, hablar de la violencia en el mundo del trabajo nos puede permitir desarticular esa trilogía porque podemos situar las formas de violencia sobre las personas que trabajan de una manera visibilizada, pero queda en manos de todas, todos y todes hacerlo propio y desarticular esas formas de control social.
Un avance importante han realizado las mujeres al visibilizar las violencias, a partir del NI UNA MENOS, saliendo masivamente a las calles y generando una producción normativa articulada que obliga a las personas que ocupan cargos públicos a cumplir un mandato legal como la ley Micaela donde el desafío es en todos los órdenes. No se trata solo de una norma, es la acción mancomunada de solidaridad y sororidad en las relaciones intersubjetivas del mundo del trabajo.
Violencia de género en el mundo del trabajo son la discriminación y el maltrato que sufren las mujeres y disidencias, que padecen paredes y techos de cristal, a las que la pandemia pega de manera desigual, porque siguen teniendo las tareas de cuidados a su cargo. Con el ASPO se multiplicó porque en esas tareas invisibilizadas que hacen en sus hogares ahora está la presencia patronal que encarniza esa violencia sistémica oculta en la conexión virtual que facilita las “redes” (concepto que puede significar conexión como también elemento para “atrapar” o “cazar”). Esa nueva forma de trabajo desde el lugar de aislamiento, es facilitada por una violencia simbólica de “buena fe” y “colaboración” normativa (simbólica) para que se trabaje en situación de “encierro” en ese mismo lugar donde las tareas de cuidado “esclavizan” y le dan la libertad de sacarse el grillete al “someterse” al trabajo “remoto”, sin desconexión ni respiro.

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