A veinte años de aquellos sucesos que marcaron el destino de la primera dos décadas del Siglo XXI, agita en la memoria el tango “Volver” (“…Yo adivino el parpadeo de las luces que a lo lejos. Van marcando mi retorno. Son las mismas que alumbraron con sus pálidos reflejos. Hondas horas de dolor. Y aunque no quise el regreso. Siempre se vuelve al primer amor…”). Eran tiempos en que el pueblo reclamaba: “que se vayan todos y que no quede ni uno solo”, la policía reprimía brutalmente los reclamos y Rodríguez Sa declaraba la suspensión del pago de la deuda externa. Hemos transitado dos décadas y volvemos a discutir la deuda con el FMI y un presupuesto que está en stand by hasta nuevo aviso.
Este año, que marca el segundo de convivencia con el COVID, nos deja con una crisis estructural severa. La deuda e[x]terna, compañera de viaje de los pueblos oprimidos sigue siendo, como en ese entonces, “la soga con cebo que el águila ataba por el cuello al obrero”. “La deuda de América Latina es impagable y debe cancelarse”, nos decía Fidel en su mensaje urgente de agosto de 1985, desde el Vaticano se proclamó un jubileo de deuda de los países pobres en el 2000. Los gobiernos siguen pagando, una ilegítima, ilegal y odiosa Deuda Externa. La deuda financiera continúa aumentándose, a pesar de todo lo pagado, con el ajuste que impacta directamente en los más necesitados, se incrementa otra que desequilibra. La gran deuda social, ecológica e histórica que las instituciones financieras internacionales, los gobiernos de los países del Norte, las grandes corporaciones transnacionales y sus cómplices en nuestros países, tienen con nosotras y nosotros.
“Volver” (“corsi e ricorsi”) atrás, veinte años y recordar el 28 de diciembre de 2001. Un suceso trascendental para la abogacía laboralista de los últimos 20 años. El cacerolazo a la Corte. La protagonista fue nuestra Asociación de Abogados y Abogadas Laboralistas, que tomó la posta de los acontecimientos del 19 y 20 de diciembre del 2001, y una semana después, decide emprender la lucha por la destitución de los integrantes del máximo tribunal nacional.
Uno de los poderes del Estado, diseñado al molde del “menemato” (un esbozo neoliberal de entrega a los designios de la maldita trinidad: “FMI, BM y OMC”), con su proyecto flexibilizador del derecho del trabajo y de destrucción de lo poco que quedaba de lo que otrora había sido el intento de consolidar el estado de bienestar.
En aquel entonces, se decía que el máximo Tribunal funcionaba como una escribanía del Poder Ejecutivo, con unos jueces que refrendaban con su firma la política de destrucción de los derechos: de las personas que trabajan, de los usuarios, víctimas de los tarifazos de empresas privatizadas y de los jubilados, que ya venían de una situación paupérrima (Talcahuano 550: “…La quieta calle donde el eco dijo: Tuya es su vida, tuyo es su querer. Bajo el burlón mirar de las estrellas. Que con indiferencia. Hoy me ven volver…”).
Recordaba Lucho Ramírez, en el prólogo del libro de Ezequiel Singman (“Justicia para todos. Como cayó la Corte menemista” , editorial B de F – 2008) que entre los pliegues de la historia quedó guardada para siempre una gesta popular heroica, que ratifica plenamente esa vieja, pero vigente consigna que dice: “El pueblo, unido, jamás será vencido”. También memoraba, que no se trataba sólo de los integrantes de la Corte, sino de los poderosos intereses políticos y económicos que se verían afectados con su destitución. (“… Volver. Con la frente marchita. Las nieves del tiempo platearon mi sien. Sentir. Que es un soplo la vida. Que veinte años no es nada. Que febril la mirada. Errante en las sombras, te busca y te nombra…”).
La actual Corte, con sus decisiones, una tras otra, va rechazando los reclamos de las personas que trabajan, revocando sentencias que hacen justicia. Parece, querer volver a los criterios de aquél Tribunal que fue destituido por clamor popular (cacerolazos). Un Tribunal que debería ser el fiel custodio de los derechos y garantías de las personas, se parece más aquella Corte de los noventa, más apegada a la representación de los sectores de poder económico concentrado.
Aquella Corte que marcó la decadencia de los noventa se parece mucho a esta, con integrantes que aceptaron ser designados por decreto, sin control popular, la del 2 x 1, la que desacataron el compromiso con la Corte Interamericana de Derechos Humanos en el fallo “Fontevecchia”; la que desconoció a los trabajadores el derecho a la huelga, con el fallo “Orellano”; la que promueve el traspaso de la justicia nacional a un tribunal local, denunciado políticamente porque en su mayoría expresaron intereses corporativos. Avaló un sistema de tramitación administrativa, que dilata el tratamiento de los derechos de las personas afectadas en su salud, que rompe la inmediatez y el acceso a la tutela judicial efectiva. Neutraliza, fallo tras fallo, los derechos de los trabajadores y trabajadoras, que fueron reconocidos por centenares de jueces idóneos en materia laboral y con tan solo tres de sus miembros, sin específica versación de la disciplina, destruyen la doctrina jurisprudencial de jueces especializados.
Una Corte que invadió una facultad exclusiva del Congreso de la Nación y arremete contra el Consejo de la Magistratura, declarando la inconstitucionalidad de una ley ya modificada, lo que evidencia el carácter abstracto del pronunciamiento. A esa gravedad institucional, se suma que no se hayan escusado, cuando en su decisión se autoproclaman ser quienes van a presidir ese organismo colegiado sobre el cual decidieron, pues tiene la trascendental función de designar y remover los jueces de la Nación.
Esta crítica no sería posible si no tuviésemos en los anaqueles, aquellos fallos señeros, que tras la movilización popular del 2001, dieron nacimiento a una nueva esperanza para la justicia social. Con notables casos que se iniciaron en el año 2004. Una etapa de esplendor para el desarrollo de los Derechos Fundamentales en el trabajo. Lamentablemente, con la desintegración de sus miembros, que se inicia en el 2014, entra en una nueva etapa oscura (“… Con el alma aferrada. A un dulce recuerdo que lloro otra vez. Tengo miedo del encuentro con el pasado que vuelve. A enfrentarse con mi vida. Tengo miedo de las noches que pobladas de recuerdos. Encadenen mi soñar…”).
Con la frente marchita y las nieves que platearon la sien, aparecieron Lula, Cristina y Mujica, pronosticando el triunfo de Gabriel Boric en Chile y el recuerdo del proyecto latinoamericano que fue una esperanza en la primera década de este siglo, cuando los líderes de Latinoamérica y el Caribe mandaron al carajo al ALCA. Renace una ilusión, la de hacer posible unir a los países endeudados a buscar soluciones alternativas en bloque.
Hemos Escuchado que toda reconstrucción histórica, es la recuperación de un fragmento de la Historia, fracción impregnada de la subjetividad del recopilador y en cada relectura una nueva historia comienza. Aunque sea el recorte de una realidad, siempre será un vital aporte a la memoria y un desafío constante a la inquietud de las nuevas generaciones. El ejercicio de la memoria es un alimento nutritivo para la construcción del futuro, trasvasar a las nuevas generaciones la memoria colectiva requiere de una constante discusión con el pasado.
El filósofo Giambattista Vico, es recordado por su frase “corsi e ricorsi”, como ese constante flujo y reflujo de los sucesos, que se ven como etapas superadas, aunque vuelven una y otra vez, a ese sitio conocido, al que se creía superado, pero que se lo ve con otros ojos, renovados, aunque con otras miradas. Aunque no parece un eterno retorno nietzscheano, sí volvemos a esos lugares consabidos. Regresamos a los sucesos trillados, para volver a forjar renovadas perspectivas. Estamos ahí, en la arena social, como gladiadores en busca de una lid, que solo tiene la promesa de lo efímero, con la seguridad de la lucha permanente. Por el derecho de la clase trabajadora a una vida digna y la justicia social, para que un mundo mejor sea posible.