noviembre 2021

Teatro Abierto. Resistencia, arte y comunidad de artistas y público

Dorothea Tanning

Compartir en las redes sociales

Efemérides 28 de julio 1981.
Un día como hoy pero de 1981 se realizaba la primera función de Teatro Abierto, un movimiento de casi 200 actores, autores, directores, técnicos, productores y artistas plásticos que enfrentaron a la dictadura militar con lo que sabían hacer: actuar y decir verdades.
La idea surgió luego de varias reuniones que mantuvieron Osvaldo Dragún, Roberto Cossa, Jorge Rivera López, Luis Brandoni, Pepe Soriano, Oscar Viale y Gonzalo Núñez, entre otros, para demostrar la vitalidad del teatro y su capacidad de resistencia ante la censura y la opresión del gobierno militar. El primer paso fue convocar a un grupo de autores a escribir obras de un acto con total libertad temática, estética e ideológica. Funcionó.    
El lugar indicado para salir a la cancha fue el Teatro del Picadero. El horario era insólito: las 18 horas. El precio de la entrada era la mitad del costo de una localidad de cine. Ese día, Jorge Rivera López, presidente de la Asociación Argentina de Actores, leyó la siguiente proclama:
«¿Por qué hacemos Teatro Abierto? Porque queremos demostrar la existencia y vitalidad del teatro argentino tantas veces negada; porque siendo el teatro un fenómeno cultural eminentemente social y comunitario, intentamos mediante la alta calidad de los espectáculos y el bajo precio de las localidades, recuperar a un público masivo; porque sentimos que todos juntos somos más que la suma de cada uno de nosotros; porque pretendemos ejercitar en forma adulta y responsable nuestro derecho a la libertad de opinión;  necesitamos encontrar nuevas formas de expresión que nos liberen de esquemas chatamente mercantilistas; porque anhelamos que nuestra fraternal solidaridad sea más importante que nuestras individualidades competitivas; porque amamos dolorosamente a nuestro país y éste es el único homenaje que sabemos hacerle; y porque, por encima de todas las razones nos sentimos felices de estar juntos.»
La respuesta fue conmovedora. El público compró las entradas con anticipación (lo que permitió solventar en parte la movida) y llenó cada función. Se realizaban tres obras por jornada durante los siete días de una semana y esas obras se repetirían durante ocho semanas. Una obra no pudo ser presentada y entonces se reemplazó por un Espacio Abierto donde se leían textos de autores argentinos. Obviamente, la reacción de la dictadura no se hizo esperar y el 6 de agosto el teatro fue incendiado.
La respuesta del mundo de la cultura no fue la esperada por quienes perpetraron el atentado. No cundió el pánico. Los intérpretes comunicaron que retomarían las funciones. Una veintena de salas teatrales ofrecieron su espacio para la continuidad del ciclo. El premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, Ernesto Sábato y otras personalidades de la cultura dieron su apoyo y un centenar de artistas plásticos donaron pinturas para recolectar fondos y reparar las pérdidas ocasionadas por el siniestro.
El nuevo lugar elegido fue el Teatro Tabaris, el más comercial de la calle Corrientes en esa época y con el doble de capacidad. El público no aflojó y volvió a colmar las funciones. El acto de resistencia cultural tuvo una trascendencia inusitada, un impacto social relevante y se transformó en un hecho estético y político. La dictadura había perdido otra pelea.
Los autores que vieron sus obras puestas en escena fueron: Roberto Perinelli, Ricardo Halac, Ricardo Monti, Griselda Gambaro, Alberto Drago, Carlos Somigliana, Eugenio Griffero, Eduardo Pavlovsky, Roberto Cossa, Elio Gallipoli, Diana Raznovich, Víctor Pronzato, Carlos Pais, Carlos Gorostiza, Pacho O’Donell, Aída Bornik, Patricio Esteve, Osvaldo Dragún, Jorge García Alonso y Máximo Soto.
El 21 de septiembre fue la última función de esa primera experiencia. La energía desplegada se había esparcido por muchos rincones de la ciudad. Ya no pertenecía a los actores, autores o técnicos. Ya era patrimonio de la calle. Los dictadores no podían encerrarla. Una vez más el teatro dio cátedra.
La experiencia se repitió en 1982, en el viejo Teatro Odeón y en el Margarita Xirgu, y en 1983 cuando Teatro Abierto se abrió al espacio público, se puso el énfasis en la creación colectiva y el teatro callejero comenzó, lentamente, a copar la parada con quema de muñecos incluida en el Parque Lezama. En 1985 se realizó el último ciclo denominado “Teatrazo”, en el que participaron artistas invitados de otros países, titiriteros, murgas, grupos aficionados, se replicó en algunos barrios de Buenos Aires, el conurbano y en varias provincias. La diferencia de contexto y propuesta eran notables. Una parte importante de la batalla cultural había sido ganada. La consolidación del sentimiento democrático y la apertura hacia la diversidad estética ganaban ampliamente.
Teatro Abierto también fue una muestra original de que el esfuerzo común tenía resultados impactantes. Y fue un estímulo para que surgieran expresiones similares en otras disciplinas como Danza Abierta, Poesía Abierta, Cine Abierto, Siempre Música.
Fue un síntoma de sabiduría colectiva. No todos pensaban lo mismo pero, ante la barbarie, todos actuaron en el mismo sentido. Acertaron, bancaron la parada, sorprendieron y convocaron a miles. Entendieron la importancia de la respuesta en común y la fuerza que generaba un acto de resistencia que necesitaba la presencia del otro/a para que fuera posible. Y las tardes se llenaron de otras y otros en sintonía con el verbo, las luces y la música que buscaban su complicidad. La emoción fue compartida y el guiño colectivo a las metáforas, los personajes y las situaciones fue una contraseña que los ignorantes del poder no pudieron descifrar.
Un recuerdo que vale la pena rememorar, para no olvidar que de esas historias también venimos…
#efeméridesdelPelícano
 
Imagen: https://www.buenosaires.gob.ar/fiba/teatro-abierto-81-40-anos

Compartir en las redes sociales