agosto 2022

Los inmigrantes y el tango – Tu solo destino es siempre volar

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A pesar de los distintos mitos que han construido admiradores y detractores de Carlos Gardel, sabemos que el 11 de diciembre de 1890 Carlos Gardel nació en la ciudad francesa de Toulouse. Su madre, Marie Berthe Gardes, lo llamó Charles Romuald Gardes. Durante el año 1893 viajaron a Buenos Aires, Argentina, donde emigraron escapando no solo de la miseria que se vivía en su lugar de origen, sino también del estigma que una madre soltera debía enfrentar en aquella época.
Es importante recordar estos datos históricos de la biografía de Gardel ya que explican en gran medida la especial sensibilidad del zorzal criollo para con los inmigrantes, que en aquella época venían en buques, de distintas partes del mundo, mayoritariamente de Europa y, en particular, de Italia, Francia y España, al tiempo que también nos hace pensar en su profunda empatía por el drama que sufrían las mujeres en aquel tiempo, particularmente las de los sectores populares.
En el hermoso tango Padrino Pelao, que Carlos Gardel graba en el 28 de agosto de 1930, con las guitarras de Aguilar, Barbieri y Riverol, se describe una pintoresca escena de un barrio suburbano del Buenos Aires de aquel entonces, donde con tono burlón se representan las dificultades de la integración social y los prejuicios imperantes en la sociedad argentina de la época. Un dato de color es el divertido recitado de Gardel en cocoliche, como se denomina a la típica mezcla de castellano con italiano que se daba en aquella época. Carlos Gardel cuando canta el tango “La Violeta” dice: […]
 
Con el codo en la mesa mugrienta
y la vista clavada en un sueño,
piensa el tano Domingo Polenta
en el drama de su inmigración.
Y en la sucia cantina que canta
la nostalgia del viejo paese
desafina su ronca garganta
ya curtida de vino carlón.
E La Violeta la va, la va, la va;
la va sul campo che lei si sognaba
ch’era suo yinyín que guardándola estaba…
¡Saraca, muchachos, dequera un casorio!
¡Uy Dio, qué de mina, ‘ta todo alfombrao!
Y aquellos pebetes, gorriones de barrio,
acuden gritando: ¡Padrino pelao!
El barrio alborotan con su algarabía;
allí, en la vereda, se ve entre el montón,
el rostro marchito de alguna pebeta
que ya para siempre perdió su ilusión.
Y así, por lo bajo,
las viejas del barrio
comentan la cosa
con admiración:
«¿Ha visto, señora,
qué poca vergüenza?
¡Vestirse de blanco
después que pecó!»
Y un tano cabrero
rezonga en la puerta
porque un compadrito
manyó el estofao:
«Aquí, en esta casa,
osté no me entra.
Me son dado coenta
que osté es un colao.»
RECITADO DE GARDEL EN ITALIANO
Por qué se dio el fenómeno de la inmigración masiva en la Argentina? No solo los grandes exponentes de la Generación del ’37, como Juan Bautista Alberdi, sino también históricos Presidentes como Domingo Faustino Sarmiento y Bartolomé Mitre se refirieron durante la segunda mitad del siglo XIX a la necesidad de poblar nuestro país con población europea, al tiempo que eran masacrados los pueblos originarios y los gauchos, milenarios señores de la inmensa llanura pampeana, cuando, previo a la Ley de Enfiteusis de Bernardino Rivadavia, la tierra no estaba alambrada.
Decía Juan Bautista Alberdi:
«Haced pasar el roto, el gaucho, el cholo, unidad elemental de nuestras masas populares, por todas las transformaciones del mejor sistema de instrucción; en cien años no haréis de él un obrero inglés, que trabaja, consume, vive digna y confortablemente».
Sin embargo, los inmigrantes que llegaron no eran los esperados por los que fundaron el Estado argentino contemporáneo. Llegaron, como hemos dicho, inmigrantes provenientes de los países latinos de Europa. Vinieron con sueños de hacerse la América, como decían, soñaban con progresar, con dejar en el pasado la pobreza, la explotación, las injusticias.
Carlos Gardel describe esas esperanzas y el empeño que pusieron aquellos inmigrantes en construir desde abajo los cimientos de la Argentina contemporánea, ya que soñaban con un futuro dichoso para sus hijos, como el humilde héroe Giuseppe, el zapatero, a quien le cantó el 1° de diciembre de 1930 acompañado por las guitarras de Aguilar, Barbieri y Riverol.
 
Che tique, tuque, taque,
se pasa todo el día
Giuseppe el zapatero,
alegre remendón.
Masticando el toscano
per far la economía,
pues quiere que su hijo
estudie de doctor.
El hombre en su alegría
no teme al sacrificio,
así pasa la vida
contento y bonachón.
¡Ay, si estuviera, hijo,
tu madrecita buena!,
el recuerdo lo apena
y rueda un lagrimón.
Tarareando la violeta
Don Giuseppe está contento;
ha dejado la trincheta,
el hijo se recibió.
Con el dinero juntado
ha puesto chapa en la puerta,
el vestíbulo arreglado,
consultorio con confort.
He tique, taque, tuque,
Don Giuseppe trabaja.
Hace ya una semana
el hijo se casó;
la novia tiene estancia
y dicen que es muy rica,
el hijo necesita
hacerse posición.
He tique, taque, tuque,
ha vuelto Don Giuseppe,
otra vez todo el día
trabaja sin parar.
Y dicen los paisanos
vecinos de su tierra:
Giuseppe tiene pena
y la quiere ocultar.
En ese precioso tango, se puede observar la nostalgia del inmigrante que, a pesar de haber logrado el objetivo de su vida, sigue hundido en la melancolía. El mismo sentimiento lo interpreta Carlos Gardel en hermoso tango La Violeta, grabado el 19 de septiembre de 1930, también con las guitarras de Aguilar, Barbieri y Riverol. En este precioso tema, Gardel vuelve al italiano, esta vez cantando una vieja canción italiana en el estribillo:
Él también busca su soñado bien
desde aquel día, tan lejano ya,
que con su carga de ilusión saliera
como La Violeta que la va, la va…
Canzoneta de pago lejano
que idealiza la sucia taberna
y que brilla en los ojos del tano
con la perla de algún lagrimón…
La aprendió cuando vino con otros
encerrado en la panza de un buque,
y es con ella, metiendo batuque,
que consuela su desilusión.
No sólo la nostalgia causa sufrimiento a los inmigrantes recién llegados a Buenos Aires y al interior de nuestro país. La Argentina ofrecía la ciudadanía y los plenos derechos civiles que ello conllevaba, los países del Viejo Mundo solventaban los pasajes y el hospedaje de los recién llegados, pero la contracara de todas esas ventajas era la pobreza y la explotación, lo cual se sufría en las haciendas del Sur, en los quebrachales del Norte, en las fábricas de Avellaneda, Pompeya, Barracas, en el Puerto de Buenos Aires y en los peringundines, milongas y cabarets, donde las mujeres eran explotadas por despiadados cafishos y tratantes de blancas.
Carlos Gardel describe la contracara de los sueños y las promesas que ilusionaban a los millones de migrantes que llegaron «a la playa argentina» en el triste tango Galleguita, grabado en 1925.

 

Galleguita
La divina
La que a la playa Argentina
Llego una tarde de abril
Sin más prendas
Ni tesoros
Que tus bellos ojos moros
Y tu cuerpo tan gentil
Siendo buena
Eras honrada
Pero no te valió nada
Que otras cayeron igual
Eras linda galleguita
Y tras la primera cita
Fuiste a parar a Pigall
Sola y en tierras extrañas
Tu caída fue tan breve
Que como bola de nieve
Tu virtud se disipo
Tu obsesión era la idea
De juntar mucha platita
Para tu pobre viejita
Que en la aldea quedo
Pero un paisano malvado
Loco por no haber logrado
Tus caricias y tu amor
Ya perdida la esperanza
Volvió a tu pueblo el traidor
Y envenenando la vida
De tu viejita querida
Le contó tu perdición
Y así fue que el mes pasado
Te llego un sobre enlutado
Que en luto tu corazón
Y hora te veo
Galleguita
Sentada triste y solita
En un rincón de Pigall
Y la pena que me mata
Claramente se retrata
En tu palidez mortal
Tu tristeza es infinita
Ya no sos la Galleguita
Que llego un día de abril
Sin más prendas
Ni tesoros
Que tus bellos ojos moros
Y tu cuerpito gentil

 

Frente a las injusticias sociales que se vivían en la Buenos Aires de principios de siglo XX, se levantaron las protestas de los trabajadores, quienes se organizaban en sindicatos y difundían a través de la prensa sus ideas, muchas de las cuales venían a través de los inmigrantes europeos, en particular los italianos y españoles. El trabajador criollo rápidamente se sumó a los reclamos, entendiendo la justicia de los mismos, pero el poder consideraba que la influencia perniciosa de los migrantes era la única causa del conflicto social. Por eso, en 1902 se sancionó la Ley n°4144, llamada la Ley de Residencia, la cual decía en uno su segundo artículo:
«El Poder Ejecutivo podrá ordenar la salida de todo extranjero cuya conducta comprometa la seguridad nacional o perturbe el orden público».

 

Y agregaba en el cuarto artículo:
El extranjero contra quien se haya decretado la expulsión tendrá tres días para salir del país, pudiendo el Poder Ejecutivo, como medida de seguridad pública, ordenar su detención hasta el momento del embarque.
Carlos Gardel denuncia esta injusta ley, describiendo el contexto de pobreza e injusticia social en que se había sancionado y se continuaba aplicando, describiendo el drama que debía vivir la familia del expulsado, sus padres que no volverían a verlo, el sufrimiento de su esposa y sus hijos. Es así que grabó el tango Al pie de la Santa Cruz con las guitarras de Barbieri, Riverol, Vivas y Pettorossi.

 

Declaran la huelga,
hay hambre en las casas,
es mucho el trabajo
y poco el jornal;
y en ese entrevero
de lucha sangrienta,
se venga de un hombre
la Ley Patronal.
Los viejos no saben
que lo condenaron,
pues miente, piadosa,
su pobre mujer.
Quizás un milagro
le lleve el indulto
y vuelva en su casa
la dicha de ayer.
Mientras tanto,
al pie de la santa Cruz,
una anciana desolada
llorando implora a Jesús:
«Por tus llagas que son santas,
por mi pena y mi dolor,
ten piedad de nuestro hijo,
¡Protégelo, Señor!»
Y el anciano,
que no sabe ya rezar,
con acento tembloroso
también protesta a la par:
«¿Qué mal te hicimos nosotros
pa’ darnos tanto dolor?»
Y, a su vez, dice la anciana:
«¡Protégelo, Señor!…»
Los pies engrillados,
cruzó la planchada.
La esposa lo mira,
quisiera gritar…
Y el pibe inocente
que lleva en los brazos
le dice llorando:
«¡Yo quiero a papá!»
Largaron amarras
y el último cabo
vibró, al desprenderse,
en todo su ser.
Se pierde de vista
la nave maldita
y cae desmayada
la pobre mujer…

 

Como una revancha del destino, Carlos Gardel culmina su carrera volviendo al Viejo Mundo, siendo aplaudido en Francia, en Italia, en España y, por supuesto, en Estados Unidos y toda América Latina. Sin embargo, Gardel nunca se olvida de sus orígenes, del drama de su inmigración… En la cima de su carrera, Gardel dedica una de sus más bellas canciones, «Golondrinas», con música de su autoría y con letra de Alfredo Le Pera, inmortalizándola en la película «El tango en Broadway» de 1934, con un hermoso recitado, dedicado a lo que denomina la Patria Chica: el barrio que nos vio nacer y también dedicado al único destino del migrante, siempre volar.

 

Golondrinas de un solo verano
con ansias constantes de cielos lejanos.
Alma criolla, errante y viajera,
querer detenerla es una quimera…
Golondrinas con fiebre en las alas
peregrinas borrachas de emoción…
Siempre sueña con otros caminos
la brújula loca de tu corazón…
Criollita de mi pueblo,
pebeta de mi barrio,
la golondrina un día
su vuelo detendrá;
no habrá nube en sus ojos
de vagas lejanías
y en tus brazos amantes
su nido construirá.
Su anhelo de distancias
se aquietará en tu boca
con la dulce fragancia
de tu viejo querer…
Criollita de mi pueblo,
pebeta de mi barrio,
con las alas plegadas
también yo he de volver.
En tus rutas que cruzan los mares
florece una estela azul de cantares
y al conjuro de nuevos paisajes
suena intensamente tu claro cordaje.
Con tu eterno sembrar de armonías
Tierras lejanas te vieron pasar;
otras lunas siguieron tus huellas,
tu solo destino es siempre volar.

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