marzo 2020

LAS PUTAS DE SAN JULIÁN. CUANDO LA HISTORIA, BUSCANDO JUSTICIA, LE DA LA RAZÓN A LA ÉTICA

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Puesto a escribir alguna líneas sobre “Las putas de San Julián”, en mi caso todo lo sucedido de aquella historia, está ligado a la obra de teatro de mi autoría que lleva ese título y con la que tuve el privilegio de llevar adelante aproximadamente cien funciones contando con la presencia como actor, representándose a sí mismo, de Osvaldo Bayer.
Quiero y necesito aclarar que no soy historiador y que esta nota no puede ser tomada como fuente, está escrita sin más prueba histórica que los dichos que me aportara el propio Osvaldo en aquellas largas charlas entre funciones teatrales, en viajes, giras, en los cientos de desayunos, almuerzos y cenas que compartí con él. Desde ya que lo que Osvaldo afirmara en esas conversaciones, a mí me bastan como fuente de fidelidad histórica y por eso quiero agregar – como dije en una conferencia en la ciudad de Salta frente a periodistas que interrogaban inquisitivamente a Osvaldo sobre versiones que contradecían lo afirmado por Osvaldo en su momento sobre la familia Martínez de Hoz -, reiterando que no soy historiador y que sólo escribo y dirijo teatro, pero tal vez por haberme criado en un barrio suburbano con sus códigos de lealtad al amigo, afirmo lo mismo que afirmé en Salta: a Osvaldo lo banco y si él lo dijo para mí es ley.
Todo comenzó un día que a la salida de una función que yo dirigía de una obra que tocaba la temática femenina, me avisan los responsables de la sala que estaba Osvaldo aguardándome, quien había sido espectador de la función, queriendo hablar conmigo.
Más allá del honor y el placer que siempre daba conversar con Osvaldo, me sentí enormemente honrado cuando él me dice que por el tratamiento que había visto en la obra de la figura de la mujer y sus circunstancias, me ofrecía e invitaba a adaptar en versión teatral el episodio ocurrido en el prostíbulo “La Catalana” de Puerto San Julián y que él recoge en el último capítulo del segundo tomo de su libro “Los vengadores de la Patagonia Trágica”.
Conocía el episodio, por haberlo leído hacía unos años, pero le pedí un tiempo para responderle, luego de pensarlo volví a júntame con él y cuando me dice que poder representar y popularizar lo vivido por aquellas mujeres era una de las cosas que le quedaba pendiente, ya que ése había sido en su guión original, la escena final de la película “La Patagonia Rebelde”, pero que la censura no permitió que se incluyera aquel episodio, que increíblemente las autoridades militares autorizaban todo, permitían que se mostraran los fusilamientos, la crueldad de la represión, la complicidad entre estancieros y el ejército, pero la inclusión del prostíbulo no.
Eso de inmediato, me movió a aceptar y a interesarme en lo acontecido en 1922 en aquel prostíbulo. Ahí comenzaron esos tres años de profundo intercambio con Osvaldo y de conocimiento de detalles de las huelgas y de sus protagonistas no mencionados en la obra escrita. Durante 2012 tuvimos intercambio personal cuando él estaba en Buenos Aires o por correo electrónico en la temporada de seis meses que él pasaba con su familia en Alemania. Y luego en 2013 hicimos funciones en el Teatro Nacional Cervantes de Buenos Aires y luego en 2014 hicimos funciones en el mismo teatro, además de realizar gira por diferentes ciudades de provincias argentinas.
Para referir al episodio histórico original es necesario contextualizar lo que estaba sucediendo en el principio de los años 20 en la Patagonia argentina.
Santa Cruz en aquellos años era un territorio que repartía sus miles de hectáreas en pocos manos de estancieros en su mayoría extranjeros y su principal actividad económica era la producción de lana ovina que abastecía a los talleres textiles londinenses, y donde la esquila patagónica era llevada delante de manera casi hegemónica por peones chilenos, Chilotes como se los denominaba de manera despreciativa, gente que por salarios mucho más bajos que los peones argentinos llevaban adelante la tarea con alta productividad, en medio del viento y el frio soportando con naturalidad cotidiana, sin protesta, un régimen laboral esclavista.
Aquella realidad latifundista prosperaba en un clima de orden impuesto a punta de revolver por los dueños de la tierra con complicidad de  las fuerzas del orden de aquel territorio nacional con un poder central asentado en Buenos Aires que miraba de reojo con cierta displicencia aquel cuadro, sin mucha vocación ni capacidad de intervención, con grandes ganancias para los patrones y condiciones laborales y una retribución casi medieval para los trabajadores de la tierra.
En esa pintura tan parecida al far west norteamericano, llegan dos novedades: por un lado la finalización de la primera guerra mundial y la aparición de proveedores laneros provenientes de territorios del commonwealth como Australia y Canadá que provocaba el derrumbe de los precios de la lana y cierre de mercados para la oferta patagónica, con miles de toneladas de vellones sin salida en los galpones; y por otro lado, como producto de huir de la hambruna de la Europa destruida por la guerra, la llegada de trabajadores del viejo mundo, en su mayoría portadores de ideas comunistas, socialistas o anarquistas.
El baño de realidad de siglo XX de estos dos componentes sobre aquella geografía, que parecía detenida en el tiempo, de inmediato empapó esas lejanas latitudes en el marco de la crisis económica mundial posbélica y trajo los aires de trabajadores que sabían de derechos laborales, luchas obreras y motivados por ideas, libros y corrientes políticas que veían en la Revolución rusa un camino nuevo para la humanidad, entre descubrimientos científicos, avances tecnológicos y  los aires de querer modificar el mundo, contra toda explotación capitalista.
Estas nuevas circunstancias indujeron a las patronales a descargar sobre los bolsillos de los trabajadores y sus condiciones laborales las pérdidas provocadas por la crisis y esto desató una ola de reclamos inéditos en la región por parte de los afectados por las medidas patronales.
Ante este cuadro los patrones unifican sus posiciones conformando la Liga del Comercio y de la Industria y la Sociedad Rural de Santa Cruz, en ambas organizaciones priman la voluntad de no renunciar a la riqueza obtenida, la decisión de que así como antes no compartieron las ganancias en las buenas, tampoco habrán de hacerse cargo de las pérdidas en las malas, para eso está “la peonada”, una especie de subraza que aguanta todas las órdenes y nunca se queja. Por eso los primeros reclamos producen pánico entre las clases altas, que empujados por la presencia anarquista y socialista entre quienes levantan la voz, se organizan en instituciones patronales de las cuales son parte las autoridades políticas de entonces, que no son otra cosa que portavoces de los estancieros y de los empresarios.
Los trabajadores a su vez forman la Federación Obrera como filial de la FORA en aquellos territorios y la dirigencia que aparece al frente de los reclamos son miembros de la corriente anarcosindicalista, donde entre otros sobresalen las figuras del gallego Antonio Soto y del alemán Schulz, la prédica de la Federación Obrera rápidamente se pone al frente de los reclamos de los comercios y los hoteles de las ciudades.
Mucho más difícil resultaba la posibilidad de ponerse al frente de los recamos del campo, ¿Por qué razón los chilenos de las estancias van a creer y dar entidad a las ideas propagadas por personas tan diferentes a ellos? ¿Por qué causa va a crecer y enraizar en el pensamiento de los peones de campo, el discurso pronunciado por gente en un idioma extranjero que les suena exótico, o de una forma de articular oraciones en un idioma español que no entienden, y que les resulta lejano y ajeno?
Allí aparece y se agranda la figura de José Font, un paisano entrerriano afincado hace algunos años en la región, conocido entre los criollos como “Facón Grande”.
Facón Grande no era un peón ni padecía la exploración y las paupérrimas condiciones de vida de los peones, al contrario, era un próspero empresario asentado en la zona de Jaramillo, dueño de las líneas de carros y tropas de  carretas que servían de transporte de víveres, correo, portador de novedades y elementos necesarios para la actividad productiva de as estancias. Y fue a través de él, como criollo y hombre de a caballo respetado entre los trabajadores rurales, que indignado ante los atropellos a que eran sometidos los peones, se pone al servicio de los sindicalistas y los ayuda a hacer ingresar el mensaje revolucionario y libertario de los sindicatos en los galpones de esquila.
La profundización de la crisis y de las posiciones de ambos bandos, rompió todo dialogo, y hacia 1920  se produce la primera gran huelga, por lo cual superadas las instancias políticas regionales, ameritó la intervención del gobierno nacional e Hipólito Irigoyen envía a un amigo personal, un militar simpatizante de la causa radical para resolver el conflicto: el coronel Héctor Benigno Varela.
Apenas llegado a Santa Cruz, el coronel dialoga con ambas partes, recorre campos y estancias, comprueba las condiciones de trabajo reinantes. Los peones reclamaban unos centavos más por oveja esquilada, una manta más para cada uno para el invierno, ampliar un poco la ración de leña y velas, que los botiquines estuvieran en castellano para ser usados en caso de accidentes y que se efectuaran visitas médicas preventivas a las estancias.
El coronel entendió como justos los reclamos y llevado esto a la mesa de negociación ante los estancieros, se firma un convenio colectivo resolviendo la huelga, los peones contentos por sus reivindicaciones logradas y los patrones sabedores de que los costos económicos que acarrearían las medidas firmadas eran mínimas y no afectarían ni disminuirían sus exorbitantes ganancias.
Pero a poco de retornar a Buenos Aires con el convenio firmado que testificaba el éxito de la gestión del coronel, los patrones deciden no cumplir con lo aprobado en el convenio.
El convenio había dejado en los peones, el sabor de triunfo sobre los estancieros como primer paso de un camino de reivindicaciones a arrancar de las manos de los poderosos. Y en los estancieros la sensación de que les habían metido la mano en el bolsillo, máxime ante el reclamo de los estancieros chilenos alarmados porque la mejora del jornal en Argentina provocaría una emigración de los peones chilenos cruzando la cordillera y vaciando las estancias trasandinas.
Los estancieros deciden ignorar lo firmado, y la FORA llama de inmediato a la Huelga general. Los grupos empresarios de todo el país se solidarizan con los estancieros y la Sociedad Rural presiona a Irigoyen para que normalice aquel territorio volviendo a las condiciones previas a la intervención de Varela, los peones consolidan el llamamiento a la huelga simultanea en todo Santa Cruz, organizando aquella inmensidad geográfica de cerca de un millón de kilómetros cuadrados, careciendo en aquellos años de cualquier otro medio de comunicación que no fueran los carros de Facón Grande o de emisarios a caballo devorando leguas con las novedades. Sin embargo por disciplina y acatamiento a las decisiones asamblearias, logran sostener  en paro total de actividades al territorio que va desde el mar a la cordillera, y desde el estrecho de Magallanes hasta el sur de Chubut.
Ante el agravamiento de la situación, Irigoyen decide enviar nuevamente al coronel Varela, con claras instrucciones que vaya y normalice la situación, y para mayor transparencia dijo a su hombre de confianza que haga lo que hubiera que hacer. Sea por presión de la Sociedad Rural o la Liga Patriótica que reclamaron a Irigoyen mano dura hasta eliminar los elementos extranjeros y activistas como permitió en la Semana Trágica de 1919, o por la presión del embajador británico que advirtió que en defensa de los estancieros ingleses, en caso de no dar solución el ejército argentino, ordenarían desembarcar en santa Cruz a las tropas de un barco de guerra ingles amarrado en Malvinas, o sea por la exigencia de la clase política porteña de alvearistas y conservadores de normalizar aquel territorio nacional, Irigoyen cede a las presiones y envía tropas al mando del coronel que antes había logrado solucionar aquel conflicto por medios pacíficos.,
Sería largo entrar en detalles que la investigación de Osvaldo Bayer cubre totalmente con rigor científico, pero la realidad es que esta visita del coronel no se pareció en nada a la anterior misión.
El resultado es alrededor de 1500 fusilados en toda la provincia, asambleas de peones que decidían su rendición o personalidades caracterizadas que decidían parlamentar con el coronal eran fusilados delante de la propia tumba que eran obligados a cavar- Mientras Varela ejecutaba su pan fusilador desde el Atlántico hasta los Andes, ciudad por ciudad, pueblo por pueblo, estancia por estancia, levantando su mano derecha con cuatro dedos señalando el cielo, que era la orden de aplicarle cuatro tiros al ejecutado.
Para inicios del año 1922 la masacre estaba concluida, el ejército a las órdenes de Varela había hecho lo que el coronel entendió que había que hacer con toda eficacia. Terminada la campaña “libertadora” recibe de sus oficiales el parte de que los soldados lloraban por las noches y padecían pesadillas de terror por la memoria de lo vivido. Los portadores de los fusiles y las balas asesinas de aquellos pelotones de fusilamiento no eran soldados profesionales, sino que en su mayoría eran conscriptos haciendo el servicio militar obligatorio para los jóvenes de 20 años.
Frente a la certeza de que estos jóvenes llorarían frente a sus madres y familias narrando los hechos, lo que terminaría en un escándalo similar a lo vivido diez años antes con las denuncias acerca de la masacre ocurrida en el hundimiento de la fragata Rosales de la Armada Argentina; Varela opta por una solución de raíz, lavar de esas cabezas atormentadas aquellos recuerdos tortuosos.
Decide garantizar el silencio de aquellos jóvenes cuando vuelvan a la vida civil pagándoles a cuenta del Ejercito Argentino  una semana de placer en los prostíbulos de los diferentes puertos ya que en la concepción del coronel el sexo desenfrenado que podría brindar los experimentados servicios pagados de una meretriz podrían borrar los rostros deformados de esos polacos y esos rusos con el dolor de la balacera instalado en sus rostros y sus miradas.
Como buen militar, entendió que en esta operación,  el orden era la garantía del éxito, por lo que debía ser confiada a la oficialidad la operación comercial discutiendo precios en  la contratación de los servicios de las diferentes “casas de tolerancia” de cada puerto y a los suboficiales correspondía la misión de instruir  – debido a la poca o nula experiencia sexual de aquellos jóvenes – explicándoles a través de un pizarrón como eran las partes del cuerpo de una mujer, como hacer uso del servicio contratado y como evitar contagiarse un chancro o una gonorrea.
Los oficiales contrataron los locales donde las pupilas de cada local cumplirían con los servicios requeridos, para lo cual aquellos muchachos por orden superior se pondrían su uniforme que debería lucir impecable y en formación militar recorrerían las cuadras necesarias marchando hasta arribar a la cita amorosa convenida.
El plan castrense fríamente calculado funcionó como un reloj en todos los puertos y en los diferentes prostíbulos, claro que la Historia depara sorpresas, y en “La Catalana” de Puerto San Julián la operación militar es rechazada por una fuerza contraria que expulsa a las tropas sometiéndolas a una derrota militar.
En “La Catalana”, prostíbulo de la ciudad de Puerto San Julián, la encargada o madama, como se denominaba esa función, doña Paulina Rovira recibe de manos del oficial encargado, el dinero de la contratación de los servicios sexuales de las cinco mujeres que allí desempeñaban tareas como meretrices.
El mismo oficial retorna un tiempo después marchando al frente de los soldados que pocos días después embarcarían hacia Buenos Aires, Cuando están a punto de llegar a la cita acordada a metros del local de citas, doña Paulina Rovira advierte que las pupilas se niegan a brindar el servicio e intenta reintegrar lo cobrado, cosa que el oficial rechaza y entre risotadas de los uniformaos intentan ingresar al prostíbulo, siendo que de inmediato son rechazados por las prostitutas quienes con palos, escobas y lampazos corren a los soldados por la calle, mojándolos y golpeándolos con aquellos elementos de limpieza al grito de “Cobardes”, “Malnacidos”, “Asesinos”, “Con asesinos no nos acostamos”.
No hay más dato objetivo de estos hechos que un acta policial encontrada por Osvaldo Bayer, que narra la decisión de las cinco mujeres meretrices de no brindar servicio sexual a los soldados que acaban de aplastar la huelga de los trabajadores del campo.
Por haber deshonrado el uniforme patrio el coronel planea que un escuadrón de ejército con la policía protagonice la toma del prostíbulo y hacer deponer las armas a las sediciosas. Quienes luego de una escaramuza son acusadas de traición a la patria, detenidas, golpeadas, torturadas con una represión salvaje, mojadas durante la noche expuestas a la intemperie de las ventosas noches santacruceñas, y sometidas a interminables interrogatorios, amenazándolas con los peores castigos, salvo que ejercieran un acto reparador: abrir las piernas y brindar sexo a los humillados soldados y todo se olvidaría.
Las mujeres persisten en su negativa por lo que se les retira las libreta sanitaria impidiéndoles ejercer como meretrices a futuro, son enviadas a cárceles de otras localidades u deportadas fuera de Santa Cruz.
El coronel no entendía que en una casa de citas, las “putas” fueran capaces de guardar lealtad a principios éticos, que fueran las únicas que no se arrodillaron frente a la violencia de los poderosos y que en aquella oportunidad se negaran a entregar sus cuerpos, tomados por ellas como campo de batalla frente a un ejército vencedor. Fueron las únicas que no miraron para el costado.
Los años y el oscurantismo histórico se tragaron a aquellas mujeres y qué fue de ellas, por lo que me parece que aquí debemos rescatarlas del olvido nombrando a cada una de ellas; la inglesa Maud Foster, la española María Juliache, y las argentinas Consuelo García, Ángela Fortunato y Amalia Rodríguez, vaya su mención como homenaje a quienes aún a riesgo de ser duramente castigadas se negaron a ser parte de la fiesta de los triunfadores en memoria de tanto peón de la tierra fusilado.
Poco más se sabe de ellas, lo narrado en su mayoría lo escuché de labios de Osvaldo Bayer, solamente se sabe que Maud Foster retornó a Puerto San Julián y fue la encargada del prostíbulo La Catalana como veinte año después.
Del coronel Varela, no hay calle ni placa que lo recuerde, cabe destacar como agravante que las autoridades militares hicieron retirar las placas – que oportunamente fueran puestas en su homenaje – del panteón militar, como forma de exculpar las atrocidades criminales de unos de los suyos, en tácito reconocimiento a la verdad de aquellos asesinatos que la investigación de Osvaldo Bayer sacara a la luz.
En cambio siempre Osvaldo me decía que en la tumba de Maud Foster, en el cementerio de San Julián, cada día hay una flor fresca que alguna mano anónima le deposita. Ante mi desconfianza, cuando visité aquel cementerio con el elenco de Las putas de San Julián, cementerio patagónico erosionado por el viento, tumbas, cruces y placas donde se notan las dentelladas del viento arrasándolo todo, bronces desgastados y nombre en mármoles que apenas se leen. Cementerio de flores de papel o tela atadas con alambre para que no se vuelen, todo más que deprimente, sin embargo como una excepción de color a lo gris de la meseta arrasada, allí estaba la flor fresca.
Osvaldo ya no está entre nosotros y sin embargo “Las putas de San Julián” sigue haciendo difundir el resultado de su investigación.
El Spanish Theatre Group de la Universidad de Virginia realizó funciones en febrero 2018, en el Teatro Helms de Charlottesville, Virginia, Estados Unidos, de la obra de mi autoría, aprobada en vida por Osvaldo Bayer, que rememora aquellos hechos: “Las putas de San Julián”  
El prof Operé, catedrático del departamento de Lenguas de la Universidad de Virginia, presentó una ponencia ante el Congreso Mundial de Hispanistas que en julio de 2019 se llevó a cabo en la Universidad Hebrea de Jerusalén, y que fuera reproducido por la revista Exégesis de la Universidad de Puerto Rico, todos lugares donde el propio Osvaldo Bayer no hubiera pensado llegar.
Hace pocos días le comenté a Esteban Bayer, uno de los hijos de Osvaldo sobre lo ocurrido en Virginia, lo de Jerusalén y de Puerto Rico, y él me miró y me dijo; Osvaldo sigue con sus valijas llevando los documentos de aquellos crímenes que no deben ser olvidados.
A veces, cuando ensayo esta obra para su reestreno recuerdo la sonrisa de Osvaldo diciéndome que llevar al escenario aquella historia trae un poco de justicia sobre tanto dolor de hace un siglo. A lo mejor será que, como decía Osvaldo, sobre los sucesos vividos por aquellas valientes mujeres, al final siempre la Historia termina dándole la razón a la Ética.

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