noviembre 2022

Trabajo enajenado y derechos humanos, en “La clase obrera va al Paraíso”

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Forjada al calor de las brasas, todavía ardientes, del Otoño Caliente italiano (1968), la película de Elio Petri[1] “La clase obrera va al paraíso” (1971) nos invita a reflexionar acerca del concepto de trabajo enajenado, que definiremos a partir de los “Manuscritos económico-filosóficos”[2] de Carlos Marx. El film también da cuenta de un proceso de ascenso de la lucha obrera en Italia, cuyo resultado fue el reconocimiento y la ampliación de los derechos que reclamaban los trabajadores. Esta película nos ayuda a comprender el drama humano que se deriva del trabajo enajenado y el daño físico y espiritual ocasionado, por las decisiones empresariales, en la vida de los trabajadores, lo cual nos ratifica que el derecho laboral es inescindible del paradigma de los derechos humanos. Como veremos ejemplificado en el film, en el trabajo enajenado se ve afectada la dignidad de las personas y los derechos se conquistan por medio de la lucha colectiva.

El concepto de trabajo, según Carlos Marx: Diferencia entre la actividad humana y la animal.
Para comenzar, analizaremos qué entiende Marx por trabajo, concepto que para él es central, ya que diferencia la actividad humana de la actividad animal. El trabajo media entre el ser humano y su “metabolismo con la naturaleza”[3]. Por medio del trabajo, el ser humano “transforma la naturaleza exterior a él” y transforma, a su vez, su propia naturaleza. Pero ¿cuál es la diferencia entre esa actividad humana y la actividad de los animales? Marx utiliza el ejemplo de las abejas y “la construcción de las celdillas de su panal”, para comparar esa actividad con la del albañil: la diferencia consiste en que éste, a diferencia de aquellas, se representa en su imaginación el resultado del proceso de trabajo que realiza. No se trata, solamente, de un “cambio de forma” sobre la naturaleza, sino que también “en lo natural, al mismo tiempo, efectiviza su propio objetivo”.
El film “La clase obrera va al paraíso” transcurre en una fábrica metalúrgica de Novara (Piamonte, Italia), donde todas las mañanas, cuando ingresan los obreros, se escucha una voz proveniente de los parlantes que, en representación de la patronal, dice: “Máquinas más atención es igual a producción”. Este es un aspecto fundamental del concepto de trabajo para Marx, ya que el objetivo del trabajador, al que nos referimos en el párrafo anterior “determina, como una ley, el modo y manera de su accionar y al que tiene que subordinar su voluntad”. El trabajo no se caracteriza únicamente por el esfuerzo físico, sino que también implica “la voluntad orientada a un fin, la cual se manifiesta como atención”.

El trabajo enajenado, en los Manuscritos Económico-Filosóficos.
El autor plantea que el trabajo enajenado[4] consiste en que cuando el obrero “está en él, no se pertenece a sí mismo, sino a otro”, su actividad no es su propia actividad, sino que pertenece a otro. Esto se da, en primera instancia, porque “el trabajo (enajenado) es externo al trabajador, es decir, no pertenece a su ser”. No trabaja para satisfacer una necesidad, sino que trabaja para obtener los medios para satisfacer sus necesidades fuera del trabajo. Es por esto que Marx habla de “trabajo forzado” refiriéndose al trabajo asalariado, lo cual contradice la tradición de la economía política y del liberalismo, que lo considera una relación comercial entre oferentes y demandantes, dentro de lo que denominan “mercado laboral”.
El trabajo enajenado tiene una dimensión material, la apropiación de la plusvalía generada por el obrero en el proceso productivo, pero también un importante componente subjetivo. Cuando un no-obrero se apropia del fruto del trabajo, el obrero se ve privado de sí mismo, en la propia objetivación del trabajo se genera este extrañamiento al que aludimos, ya que una parte de si, plasmada en el producto, ha sido enajenada. Como dice Marx, “el trabajador pone su vida en el objeto; pero aquella ya no le pertenece a él, sino al objeto”. Este razonamiento lo lleva a concluir:
La alienación del trabajador en su objeto se expresa, de acuerdo con las leyes de la economía política, de tal modo que, cuanto más produce el trabajador, tanto menos tiene para consumir; cuantos más valores crea, tanto más desprovisto de valor, tanto más indigno se torna; cuanto más formado se encuentra su producto, tanto más deforme el trabajador; cuánto más civilizado su objeto, tanto más bárbaro el trabajador; cuanto más poderoso el trabajo, tanto más impotente el trabajador; cuanto más ingenioso el trabajo, tanto más desprovisto de ingenio el trabajador, tanto más se convierte este en siervo de la naturaleza.

El trabajo enajenado en “La clase obrera va al paraíso”.
El film narra la historia de Ludovico Massa, un obrero metalúrgico al que se lo muestra como un trabajador alienado, interpretado por Gian Maria Volonté. El protagonista es un obrero ejemplar para los supervisores de la fábrica, ya que cumple las metas de producción en tiempo récord, estableciendo parámetros que obligan a sus compañeros a aumentar el ritmo laboral, incrementando así los riesgos. La fábrica en cuestión se encuentra dentro del paradigma del taylorismo/fordismo, predominante en la mayor parte del siglo XX, cuyo objetivo es aumentar la productividad del trabajo. El desarrollo tecnológico permite reducir la actividad del operario de las máquinas a una función simple y repetitiva, que no requiere de ninguna calificación[5]. Es decir, con estas nuevas modalidades de trabajo se profundizó aquello que había dicho Marx en 1844: “cuanto más ingenioso el trabajo, tanto más desprovisto de ingenio el trabajador”.
El trasfondo en el que transcurre la vida de Massa está signado por el conflicto en torno al trabajo a destajo, es decir, al pago de un plus por productividad a los obreros, ya que algunos reclaman un incremento del monto y otros, su abolición. En los años 70s, contemporáneamente a la forma de trabajo industrial antes descripta, en las zonas más desarrolladas del capitalismo occidental estaba reconocida (no sin limitaciones) la actividad de los sindicatos y los derechos de los trabajadores. Sin embargo, en la vida cotidiana de Massa, podemos ver representadas varias de las características atribuidas al trabajo enajenado por parte de Marx, en 1844.
“Cuantos más valores crea, (…) tanto más indigno se torna”: En el comienzo del film, Ludovico Massa hace esta grotesca descripción de si mismo:
Todo está aquí (se toca la cabeza), en el cerebro. En el cerebro, está la dirección central. Decide, hace proyectos, hace programas y da marcha a la producción. (…) Los brazos, la lengua, la boca todo se pone en movimiento. Logra alimentos que son la materia prima, (…) el individuo trabaja para comer (…) la comida baja hasta aquí (se toca la panza) donde hay una máquina que la tritura y la deja lista para salir, igual que una fábrica (…) El individuo es igual que una fábrica de mierda (…) Piensa si tuviera un precio, ¿eh? ¡Cada cual sería feliz con su renta segura! En cambio, no saben dónde ponerla… contamina el agua…
Si bien Ludovico Massa se lamenta de que su excremento de no tiene precio, lo que sí lo tiene es su fuerza de trabajo, la cual vende a un costo muy alto para su salud física y mental. Esto se vincula a un principio fundamental de la economía política clásica, señalado por Marx en sus “Manuscritos…” y que también hoy siguen sosteniendo los liberales: el trabajo es una mercancía. Dice el autor: “hemos demostrado que el trabajador queda rebajado a mercancía, a la más miserable de todas las mercancías”. Cuando se habla de “recursos humanos”, cuando se propone “bajar el costo laboral” o cuando se culpa del desempleo a la “excesiva regulación del mercado laboral”, se está dando por supuesto ese postulado de la economía política liberal.
“Cuanto más formado se encuentra su producto, tanto más deforme el trabajador”: En diversos momentos del film, se ve la degradación física de Ludovico Massa, como consecuencia de su trabajo enajenado. Cuando le preguntan por su edad, cuenta que tiene 31 años y 15 trabajando en la fábrica, ante la mirada sorprendida de los más jóvenes, ya que el personaje aparenta tener más edad. Luego, agrega: “He tenido dos intoxicaciones con barniz, tuve un desgarro, he tenido úlcera”. Los compañeros le reprochan el ritmo laboral que se autoimpone, pero su carácter necio lo lleva a obsesionarse aún más con su tarea repetitiva. En el clímax de esta situación, Massa se corta un dedo con la máquina.
“Lo animal se convierte en lo humano y lo humano, en animal”. Según Marx, aquello que diferencia a los seres humanos de los animales tiene que ver con que estos son, inmediatamente, una sola cosa con su actividad, mientras que el ser humano hace de su actividad “objeto de su voluntad y de su conciencia”, lo cual lo define, a su vez, como un ser genérico, como un ser libre, capaz de realizarse. Por eso, dice Marx: “el hombre produce incluso libre de la necesidad física y sólo produce realmente liberado de ella”, lo cual, lo lleva a concluir que: “es sólo en la elaboración del mundo objetivo (…) en donde el hombre se afirma realmente como un ser genérico”.
Sin embargo, el autor dice que el trabajador enajenado “sólo siente que actúa libremente en sus funciones animales -comer, beber y procrear; (…) y en sus funciones humanas (trabajando) sólo se siente un animal”. En el film de Petri, podemos encontrar referencias a esto cuando Massa le enseña a un compañero nuevo cómo se opera una máquina. Al concluir, el experimentado operario dice que “hasta un mono podría hacerlo, o sea que también puedes hacerlo tú”. En esta burla a su compañero, el protagonista también está descalificando su propio trabajo. Esta broma también se vuelve contra Ludovico Massa cuando Militina, un personaje a cuya historia nos referiremos más adelante, le entrega un recorte de diario con el título: “El chimpancé cree que es un hombre”.
“Somos como máquinas”. La comparación del obrero enajenado con una máquina también tiene su origen en los “Manuscritos…”. Dice Marx que el capitalista “suprime trabajo introduciendo maquinaria, pero hace retroceder a una parte de los trabajadores a un trabajo bárbaro, en tanto convierte a la otra parte en máquina”. En el film, Ludovico Massa exclama en una asamblea, exaltado por las secuelas del accidente: “yo soy una máquina: ¡yo soy una tuerca! ¡Yo soy un bulón! (…) ¡Yo soy una bomba!”. Massa dice que llegó a eso por incrementar la productividad, concluyendo su metáfora con una alusión a su triste desenlace: “¡Y, ahora, la bomba se ha roto, no va más! ¡Y, ahora, no hay forma de reparar esa bomba!”.
Todos los controles al personal que pueden observarse en las escenas que transcurren en la fábrica conducen a aumentar la productividad, arriesgando el físico lo más posible, para que el ser humano tienda a comportarse como una máquina (pero sin amortización). Esta servidumbre del ser humano a la máquina llega a tal extremo, que la voz ya referida, que se escucha por los parlantes de la fábrica cuando ingresan los obreros, dice: “Vuestra salud depende de vuestro comportamiento con las máquinas. Respetadlas y cuidadlas…” Las máquinas merecen, para la patronal, más respeto y cuidado que las personas.

Trabajo enajenado y propiedad privada.
Aquí llegamos a otra conclusión fundamental de los “Manuscritos…” de Marx: la propiedad privada surge del trabajo enajenado. Marx aborda esta cuestión comenzando con el siguiente interrogante: “Si el producto del trabajo me es ajeno, se me enfrenta como un poder extraño, entonces ¿a quién pertenece?”. Luego, responde: “esto sólo es posible porque pertenece a otro hombre que no es el trabajador”. De esto, el autor deduce que “La relación del trabajador con el trabajo genera la relación con dicho trabajo del capitalista”, para luego concluir que la propiedad privada es la consecuencia necesaria del trabajo enajenado[6].
Esto se profundiza con el desarrollo del capitalismo que, llegado a la época de la película italiana, se caracteriza por una absoluta separación entre los dueños de las fábricas y los empleados (obreros y administrativos) que la hacen funcionar a diario. El modo de trabajo, bajo el paradigma taylorista/fordista, implica una separación abismal entre la tarea cotidiana (sencilla, repetitiva, poco calificada) y el producto final, diseñado por ingenieros, que a su vez estandarizan los procedimientos laborales a través de manuales. Es por esto que el protagonista del film, en un momento de crisis, se pregunta: “¿Quién lo conoce al patrón?”
A partir del trauma suscitado por la mutilación de su dedo, Ludovico Massa entra en crisis y toma conciencia de su alienación. Motivado por estos cuestionamientos a su forma de vida, se dirige a un Hospicio donde se encuentra un viejo compañero de la fábrica, llamado Militina, el cual había sido internado por un colapso psicológico. Dialogando con el anciano, Massa descubre que los síntomas que había experimentado Militina cuando estaba próximo a colapsar eran semejantes a los que él mismo estaba experimentando, especialmente un trastorno obsesivo compulsivo. Ambos coinciden en que después de tantos años de trabajo, no saben qué es exactamente lo que produce la fábrica. Militina había sido internado luego de que, según él mismo cuenta, tomó del cuello al ingeniero de la empresa y le preguntó qué era lo que estaban produciendo. Se justifica diciendo: “No es locura. Es que un hombre tiene derecho a saber lo que hace y para qué sirve”.

La conquista de los derechos humanos de los trabajadores.
En el desarrollo de “La clase obrera va al Paraíso”, el personaje de Ludovico Massa va experimentando un cambio en la forma de ver su vida, ya que a partir del accidente en que pierde su dedo comienza a tomar conciencia de su alienación. El protagonista pasa de ser cómplice de la patronal en la imposición de ritmos inhumanos de trabajo, a proponer en asamblea una huelga por tiempo indeterminado; de desdeñar a los estudiantes, a refugiarlos en su casa cuando los persigue la policía; de ser el “favorito del ingeniero”, a ser despedido por activista. Como nos muestra el film italiano, la conciencia del obrero enajenado se desarrolla luego de un largo proceso, que implica grandes sacrificios y experiencias traumáticas.
De la misma forma, la historia del movimiento obrero ha estado plagada de lucha y de represión, hasta que se logró poner la cuestión social en el centro del debate público a fines de siglo XIX y principios del XX. Desde distintos puntos de vista se abordó la cuestión social, entre los que podemos mencionar al sociólogo Émile Durkheim[7], las distintas expresiones parlamentarias de la socialdemocracia y la Encíclica Rerum Novarum[8], además de las corrientes ideológicas que impugnaban el orden establecido y querían su abolición a través de la lucha revolucionaria. La voluntad de canalizar los conflictos sociales a través de cauces institucionales, entendida como condición necesaria del orden público, se cristaliza en la creación, en el año 1919, de la Organización Internacional del Trabajo y a la incorporación de su Constitución al Tratado de Versalles, donde dice:
Existen condiciones de trabajo que entrañan tal grado de injusticia, miseria y privaciones para gran número de seres humanos, que el descontento causado constituye una amenaza para la paz y armonía universales.
En 1944, la Declaración de Filadelfia relativa a los fines y objetivos de la OIT, establece el principio: “El trabajo no es una mercancía”. La Declaración Internacional de los Derechos Humanos en sus artículos 22 y 23 y la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre (1948) en sus artículos 14, 15 y 16, ambas incorporadas a nuestra Constitución Nacional en su artículo 75, inciso 22, ratifican, a su vez, estos avances de la Humanidad. En la Observación General N° 18 del Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, se establece:
El derecho al trabajo es esencial para la realización de otros derechos humanos y constituye una parte inseparable e inherente de la dignidad humana. Toda persona tiene el derecho a trabajar para poder vivir con dignidad. El derecho al trabajo sirve, al mismo tiempo, a la supervivencia del individuo y de su familia y contribuye también, en tanto que el trabajo es libremente escogido o aceptado, a su plena realización y a su reconocimiento en el seno de la comunidad.
Las naciones del mundo no sólo reconocieron estos principios[9], sino que también consensuaron las vías para solucionar las problemáticas que afectan a las personas que trabajan: la articulación entre los trabajadores, los empresarios y los Estados, con el imperativo, tristemente ninguneado en la actualidad por diversos voceros del liberalismo, de la “lucha contra la necesidad”, establecido en el Preámbulo de la Declaración de Filadelfia (10/05/1944), del cual se deduce que “donde hay una necesidad, hay un derecho”.
Los debates a nivel internacional en torno a la cuestión social tuvieron su expresión en Argentina desde el siglo XIX, lográndose en las primeras décadas del siglo XX el reconocimiento de muchas demandas de los trabajadores, en un proceso que implicó muchos años de lucha y derramamiento de sangre. A partir de 1943, desde antes de la Declaración de Filadelfia, no sólo se consagraron jurídicamente muchos de los derechos que reclamaba la clase trabajadora, sino que se creó el Fuero del Trabajo, a fin de garantizar el pleno ejercicio de los mismos. A su vez, la Constitución de 1949 estableció la función social de la propiedad, declaró propiedad inalienable de la Nación a los recursos naturales y a las áreas estratégicas de la economía, e incorporó los derechos de los trabajadores.
Estas conquistas son producto de la lucha del movimiento obrero. Tanto en Italia, como en Argentina, los años 60s y 70s fueron períodos de creciente actividad sindical y de resistencia obrera frente a las políticas que implementaban las grandes industrias para incrementar la productividad, aumentando la explotación de la fuerza de trabajo. En 1970, en Italia, se aprobó el Estatuto de los Trabajadores, que fue la materialización de las principales demandas sindicales. En nuestro país, la Ley de Contrato de Trabajo, promulgada en el año 1974 (aún vigente, a pesar de sucesivas reformas, iniciadas a partir de la última dictadura), estableció una definición que aún hoy perdura:
El contrato de trabajo tiene como principal objeto la actividad productiva y creadora del hombre en sí. Sólo después ha de entenderse que media entre las partes una relación de intercambio y un fin económico en cuanto se disciplina por esta ley.

La propiedad privada y los derechos humanos.
A partir del reconocimiento de los derechos sociales, se pone en cuestión el paradigma liberal respecto de los derechos de propiedad y de libertad de empresa, los cuales ya no son vistos de forma absoluta, sino relativa, en función de que su ejercicio no afecte los derechos humanos de terceros o de la comunidad en su conjunto[10]. En este sentido, la Corte Interamericana de Derechos Humanos se ha pronunciado[11] al respecto, instando a los Estados partes a cumplir el deber de “prevenir de manera eficaz toda afectación de los derechos económicos, sociales y culturales en el contexto de las actividades empresariales”. En cuanto a los límites al derecho de propiedad y de libre empresa, en función de impedir que, en su ejercicio, los particulares violen los derechos humanos, también se ha pronunciado la CSJN en el Fallo Álvarez c/ Cotecsud, que hace referencia al deber de que en el derecho privado, es decir, en las relaciones entre particulares, “se respeten los derechos humanos, ya que de lo contrario el Estado resultaría responsable de la violación de los derechos” y, más específicamente, del “deber del empleador de respetar los derechos humanos de sus trabajadores”[12].

Trabajo enajenado, capitalismo y derechos humanos.
La película representa el concepto de trabajo enajenado en una fábrica de los años ‘70s, demostrando su vigencia más de un siglo después de los “Manuscritos Económico-Filosóficos” de Marx. Teniendo en cuenta los tratados internacionales mencionados en los anteriores apartados, vigentes al momento del film, queda planteado el siguiente interrogante: ¿Por qué, a pesar del reconocimiento a nivel internacional de los derechos humanos, siguen existiendo condiciones inhumanas de vida y de trabajo, tanto en la época del film italiano, como en la actualidad? Excede a los límites de este artículo responder esta cuestión, para lo cual encontramos también varias respuestas en la película analizada, que pueden ser objeto de otros trabajos. Vigente a 51 años de su estreno, “La clase obrera va al Paraíso” nos muestra la incompatibilidad existente entre el pleno ejercicio de los derechos humanos y el modo capitalista de producción, pero también la enseñanza que les queda a los trabajadores, luego de un proceso de lucha, representada en el sueño del protagonista que da nombre al film. Entre el ruido de las máquinas y los gritos desordenados de los obreros, se expresa la convicción de que sólo a través de la lucha colectiva pueden conquistar su derecho a una vida digna.

[1] Petri, E. (1971) La classe operaia va in Paradiso. Euro International Films. Se puede ver completa, en idioma original y subtitulada en castellano en: https://www.youtube.com/watch?v=fNcxxBjEOgw&t=3543s Sobre la afirmación que da inicio a estas reflexiones, la película fue filmada en una fábrica de Novara tomada por los trabajadores, quienes colaboraron activamente en su producción e incluso aparecieron en escena, tal como muestra el documental de Salè, C. y Checcucci, S. “La clase operaia va in Paradiso – Retroscena di un film novarese” (2007) https://www.youtube.com/watch?v=-j-6gn2gOj0[2] Marx, K. (2015) Manuscritos Económico-Filosóficos de 1844. Editorial Colihue.[3] Las citas de este apartado corresponden al Capítulo V de “El Capital”, ya que allí encontramos una definición más clara del concepto de trabajo. Marx, K. (2018) El Capital. Editorial Siglo Veintiuno.[4] Estos célebres manuscritos de Carlos Marx no fueron publicados en vida del autor, sino que, encontrados los originales de su puño y letra en el siglo XX, vieron la luz recién en 1932. La difusión de los “Manuscritos…” (posterior a la muerte de varios clásicos autores y líderes marxistas como Lenin, Kautsky, Luxemburgo, entre otros) produjo un fuerte impacto en la forma en que se entendía el marxismo, tanto en sus detractores, como en sus propios partidarios. Como dice Miguel Vedda en la página VII de su Introducción a los Manuscritos Económico-Filosóficos (op. Cit.): “Toda una generación de intelectuales pudo ver en ellos una alternativa tanto frente a las diversas corrientes de la filosofía burguesa por entonces en boga, cuanto frente a aquel marxismo de cuño economicista y cientificista que, anunciado ya en la obra del viejo Engels, había conseguido consolidarse como tendencia hegemónica gracias a los aportes de teóricos tales como Kautsky (1854-1938), Plejanov (1856-1918) o Bujarin (1888-1938)”.[5] Milano, Elías (1997) “Del fordismo a la flexibilidad laboral: Supuestos, crisis y realidades de la regulación social”, en Economía Y Ciencias Sociales, Universidad Central de Venezuela, N°2-3. El paradigma descripto fue representado también por Charles Chaplin en su clásica película “Tiempos Modernos” (1936).[6] En este sentido, Miguel Vedda dice en su “Introducción” a los Manuscritos: “El comunismo vulgar que únicamente tiene en vista la abolición de la propiedad y la igualación universal, no solo no consigue superar la alienación humana, sino que incluso la propaga por la entera sociedad, en la medida en que extiende a todos los hombres la condición alienada en la que de momento se encuentra el trabajador”.[7] Dice Émile Durkheim sobre la necesidad de regular las relaciones entre capital y trabajo: “Insistimos muchas veces, en el curso de este libro, sobre el estado de anomia jurídica y moral en que se encuentra actualmente la vida económica (…) Es a este estado de anomia que deben atribuirse, como mostraremos, los conflictos que renacen incesantemente y los desórdenes de toda clase cuyo triste espectáculo nos ofrece el mundo económico. Porque, como nada contiene a las fuerzas enfrentadas (…) vienen a chocar unas contra otras para rechazarse y reducirse mutuamente. Sin dudas, las más intensas logran aplastar a las más débiles o subordinarlas. Pero si el vencido puede resignarse por un tiempo a una subordinación que está obligado a padecer, no la consiente (…) Las treguas impuestas por la fuerza nunca son más que provisorias y no pacifican los espíritus. Las pasiones humanas sólo se detienen frente a un poder moral que respetan. Si ninguna autoridad de ese género comparece, es la ley del más fuerte la que reina (…) En vano, para justificar este estado de irreglamentación, se pretende que el mismo favorece el desarrollo de la libertad individual. Nada es más falso que este antagonismo que con demasiada frecuencia se ha querido establecer entre la autoridad de la regla y la libertad del individuo”. Prefacio a la segunda edición de la tesis doctoral que el sociólogo francés defendió en 1893. Durkheim, E. (2008) “La división del trabajo social”. Editorial Gorla.[8] Rerum Novarum dice que los deberes de la patronal para con los trabajadores son: “No imponerle más trabajo del que sus fuerzas pueden soportar, ni tal clase de trabajo que no lo sufran su sexo y su edad; (…) dar a cada uno lo que es justo. Sabido es que para fijar conforme a justicia el límite del salario, muchas cosas se han de tener en consideración; pero en general deben acordarse los ricos y los amos que oprimir en provecho propio a los indigentes y menesterosos y explotar la pobreza ajena para mayores lucros, es contra todo derecho divino y humano. Y el defraudar a uno del salario que se le debe es un gran crimen, que clama al cielo venganza. (…) Esto aún con mayor razón, porque no están ellos suficientemente protegidos contra quien les quite sus derechos o los incapacite para trabajar”. Carta Encíclica Rerum Novarum del Sumo Pontífice León XIII sobre la situación de los obreros. Roma, el 15 de mayo de 1891.[9] Véase Meik, M. y otros. (2014) Trabajo y Derechos. Miradas críticas en dimensión jurídica, social y jurisprudencial. Librería Editora Platense. Cap. 6to, Pág. 561: “Temas claves del trabajo y del Derecho del Trabajo. Paralelismo entre el Derecho del Trabajo y el Derecho Internacional de los Derechos Humanos”.[10] Al respecto, el artículo 2° del Código Civil y Comercial de la Nación establece: “La ley debe ser interpretada teniendo en cuenta sus palabras, sus finalidades, las leyes análogas, las disposiciones que surgen de los tratados sobre derechos humanos, los principios y los valores jurídicos, de modo coherente con todo el ordenamiento”.[11] CIDH Caso de los BUZOS MISKITOS (LEMOTH MORRIS Y OTROS) VS. HONDURAS 31/08/2021.[12] CSJN Fallo Álvarez c/ Cotecsud A.1023 07/12/2010.

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