#86
Noche de las corbatas 2021
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“El represor circulaba entre los cinco abogados con lentitud, marcando cada paso con los tacos.
¿Qué es esto? – preguntaba, hacía una pausa breve y respondía: – Esta es la Noche de las Corbatas.
A sus pies estaban las víctimas: encapuchadas, torturadas, temerosas y confundidas.
¿Qué es esto? – insistía-. Esta es la Noche de las Corbatas, pero resulta que ahora los que administramos justicia somos nosotros.”
Celesia y Waisber, inauguran así las páginas que narran el acontecimiento histórico que los y las abogadas laboralistas, nos invitamos a pasar nuevamente por el corazón cada 7 de julio.
44 años después hay que decir que el represor aún anda taconeando por la américa latina y circula a través de los caminos que, democracias vaciadas de sentido, han abierto para aligerar el paso cansino de un tormento que somete a nuestros pueblos desde hace décadas.
Una suerte de elongación de la huella infame de las dictaduras latinoamericanas se manifiesta en las “democracias” del presente, en las que el mundo del trabajo continúa signado por la explotación manifiesta en la precariedad, la exclusión, el hambre, el desasosiego del día a día de cada persona que necesita vender su fuerza de trabajo para sobrevivir; aunque no se la compren, aunque comprándosela se la paguen mal, aunque se le disfrace de emprendedurismo, aunque se le declare fuerza de trabajo autónoma e independiente. Puesta la mirada sobre el presente, aunque tiemble la voz de dolor y de rabia, habrá que afirmar que todavía hoy son “ellos los que administran justicia”.
¿Cuál Noche es esta?
El Himno de Colombia contiene una estrofa que dice “¡Cesó la horrible noche!, La libertad sublime derrama las auroras de su invencible luz”. Pero no, la horrible noche no cesó y sus tinieblas se expanden brutalmente sobre “las víctimas: encapuchadas, torturadas, temerosas y confundidas” que se actualizan a cada instante de la historia, en cada rincón de nuestra américa, con cada carcajada que escupe el represor.
No voy a hablar del derecho del trabajo, voy a acercarles a un dramático teatro de realidad que implica hondamente el mundo del trabajo.
Entre el año 2002 y el 2008, durante el gobierno de Álvaro Uribe Vélez, fueron asesinado a manos del Ejército de Colombia al menos, 6.402 jóvenes que se presentaron como dados de baja en combate; el caso es conocido como “falsos positivos”. Pero, en estos números, que son ya un signo de la barbarie, se esconde algo aún más aterrador que, de alguna manera probablemente derivada del inaudito afán de traducir las vidas en cifras, se ha dejado de lado. Estos 6.402 muchachos de barrios populares y municipios empobrecidos, fueron captados por la garra asesina con la promesa de un empleo. La juventud, la creatividad, la fuerza, la vitalidad y la necesidad puestas en una misma existencia, hicieron de una esperanza laboral, la trampa de muerte. Había reclutadores que oteaban el hambre para identificar la presa a la que se acercaban despiadadamente ofreciendo una salida a la miseria, prometían que alguien iba a pagar bien la fuerza de trabajo. Se les subía en camiones rumbo a parajes lejanos donde los esperaban otros hambrientos uniformados que, buscando un permiso de salida o una bonificación, se deshumanizaron disparando contra la humanidad del otro ejército de desempleados que, ahora inerte, vestía un camuflado en cuya tela no estaba el orificio de la bala que revelaba el cuerpo y calzaba unas botas insurgentes puestas al revés. Mientras tanto, el titiritero, mostraba al mundo la efectividad de su política de “mano dura y corazón grande”, para reducir las filas guerrilleras.
La carne de los cañones fue preparada a fuerza de un perverso mercado del trabajo que nos hace dependientes de él al tiempo que expulsa a un inmenso número de trabajadoras y trabajadores de sus márgenes.
Bastante descriptivo es el poema de la Colombiana María Mercedes Carranza que escribió:
LA PATRIA
Esta casa de espesas paredes coloniales
y un patio de azaleas muy decimonónico
hace varios siglos que se viene abajo.
Como si nada las personas van y vienen
por las habitaciones en ruina,
hacen el amor, bailan, escriben cartas.
A menudo silban balas o es tal vez el viento
que silba a través del techo desfondado.
En esta casa los vivos duermen con los muertos,
imitan sus costumbres, repiten sus gestos
y cuando cantan, cantan sus fracasos.
Todo es ruina en esta casa,
están en ruina el abrazo y la música,
el destino, cada mañana, la risa son ruina;
las lágrimas, el silencio, los sueños.
Las ventanas muestran paisajes destruidos,
carne y ceniza se confunden en las caras,
en las bocas las palabras se revuelven con miedo.
En esta casa todos estamos enterrados vivos.
Pero cuando decimos patria, decimos Nuestra América que es un acumulado de injusticia, es una herida que sangra en cañaduzales repletos de esclavos, es un río que surca las cordilleras con cadáveres flotantes, es desierto hidratado con rojo sangre, pero, es montaña rebelde y comuna creadora, es potencia insumisa en medio de tanto desastre.
Y no, no cesó la horrible noche tampoco en el Brasil gigante, ni se clausuró la dictadura del capital en la estilizada Chile, no respira la bella Venezuela, sigue bloqueada Cuba, el territorio libre de américa;
Esta es la Noche de tantas horas, de tantos rostros, de tantos nombres y de tantos cuerpos, esta Noche Horrible, esta Noche de las Corbatas, pero, como decía el artista “de la noche son también las cosas del amor” así que claro, todavía resisten el espíritu inca, el indio de la pampa y los aztecas; los parias, los nadies, los que no caben, los que se quedaron fuera, los excluidos, se levantan. Se convulsiona el sur de américa y con este territorio a cuestas, abogadas y abogados laboralistas, como trabajadores que somos, afinamos nuestras armas para batirnos dignamente, del lado de los explotados, en esa trinchera de la lucha de clases que es el derecho. Por la memoria de todas las personas que dejaron puesta la vida en la lucha, por cada uno de los abogados laboralistas que fueron secuestrados, desaparecidos, torturados, entre el 6 y el 8 de julio de 1977, vamos por un mundo mejor, porque la esperanza, esa, nunca podemos soltarla.
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En este número
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