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Mario Wainfeld (1948-2023)
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La Causa Laboral me ha pedido que escriba algo sobre Mario Wainfeld, quien falleciera este día de la primavera. No sé si soy el más indicado, ya que no hemos sido amigos muy cercanos y, además, hace varios años que no tenemos un trato frecuente, pero debo confesar que la noticia, inesperada, me golpeó fuerte.
Estos días se ha escrito mucho sobre Mario, por parte de periodistas, de militantes políticos y de amigos, lo que me exime de abundar sobre sus cualidades personales, profesionales y sus valores humanos. Sin duda alguna era un tipo muy valioso, y lo digo con absoluta sinceridad y no por sentirme obligado por la necesidad de hacer esta nota.
Lo conocí cuando llegó a mis manos uno de los primeros ejemplares de la revista UNIDOS, en la que escribían muchos intelectuales peronistas, como Chacho Álvarez, Horacio González, José Pablo Feinmann, Alcira Argumedo y él, entre otros. Era una época en la que yo todavía creía que era peronista, lo que me duró hasta que llegó Menem a ser presidente del país. Estaba golpeado, confundido y desconcertado por la derrota del peronismo en 1983, y consumía con avidez cualquier material que me aportara algo de luz. La revista me pareció realmente maravillosa y las colaboraciones de Mario me encantaban, por lo que decía y por cómo lo decía.
Lo conocí personalmente en la Asociación de Abogados Laboralistas. Si la memoria no me falla fue en 1990, cuando se elige una nueva conducción y me honran con la presidencia. Mario, que era abogado laboralista, es arrimado a la asociación por un colega y se suma a la Comisión Directiva, creo que como vocal. Eran años difíciles para los trabajadores, para los sindicatos y para los laboralistas, ya que Menem, entre otras felonías, avanzaba con un proyecto salvaje de reforma laboral, y la colaboración intelectual de Mario fue importantísima para nuestra tarea.
Pocos años después nos reencontramos en Valeria del Mar, ambos de vacaciones. Tengo de esos días algunos recuerdos imborrables. El primero, que Mario había llevado como seis o siete libros para leer en esos momentos de ocio… que durarían no más de dos semanas. Es decir, un libro cada dos días. El segundo está, creo, vinculado con el primero. Con él y algunos amigos nos reuníamos a jugar a la Carrera de Mente, un juego en el que se avanza por un tablero contestando preguntas de los temas más diversos. Cuando se formaban los equipos que iban a intervenir, todos queríamos estar en el de Mario: contestaba todas las preguntas bien. ¡Una bestia!
Trabajaba de abogado laboralista pero su vocación era el periodismo, así que al finalizar ese mandato en la asociación no continuó con nosotros. Igual seguimos en contacto y yo disfrutaba cada vez que leía algunas de sus notas o editoriales periodísticas. Confieso que le tenía una sana envidia (si es que la envidia puede ser “sana”) a su forma de transmitir de manera sencilla, directa y divertida, lo que quería decir. Su sentido del humor era fantástico.
En la crisis de 2001 y en el marco de los famosos “cacerolazos” contra la Corte Suprema, que duraron más de dos años, lo jodí varias veces para que nos consiga precios más que accesibles para sacar solicitadas en Página 12 convocando a la protesta. Nunca me falló. En varias oportunidades, él como periodista y yo como laboralista, me hizo notas radiales o para el diario. En un rincón de su corazón Mario se seguía sintiendo un laboralista y me lo decía.
Bueno, pensaba escribir unos pocos renglones, pero frente al teclado me aparecieron desordenadamente un montón de recuerdos y, lo confieso, algunos lagrimones. Me estoy poniendo viejo. ¡Chau Mario! ¡Te vamos a extrañar!
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