noviembre 2019

ENRICO CALAMAI, UN HÉROE CIVIL DE PROYECCIÓN UNIVERSAL

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Dedicado a la memoria de Atilio Juan Librandi, otro modesto héroe nuestro
INTRODUCCIÓN:
Eric Hobsbawm decía que “en todos nosotros existe una zona de sombra entre la historia y la memoria, entre el pasado como registro generalizado, susceptible de un examen relativamente desapasionado y el pasado como una parte recordada o como trasfondo de la propia vida del individuo”. » La longitud de esta zona puede ser variable, así como la oscuridad y vaguedad que la caracterizan. Pero siempre existe esa tierra de nadie en el tiempo. Para los historiadores, y para cualquier otro, siempre es la parte de la historia más difícil de comprender”.
De allí que no siempre sean paralelos los resultantes de la memoria y la verdad histórica, así como tampoco lo son del concepto de justicia con el que van asociados en la demanda social. Por eso sé que en mi relato podrá haber algunos momentos de tierra de nadie, y en ellos actuaré como un testigo que sabe que sus recuerdos no podrán abastecer la expectativa de una reconstrucción de lo sucedido o registrado por sus sentidos. Ni tan siquiera soy un memorioso, en ese infaltable sentido borgiano de la metáfora del insomnio, así sea por la incontrastable razón de que todavía duermo más que aceptablemente.
Puede que todo esto sirva para ubicarme en el terreno de lo que me dispongo a relatar, a sus limitaciones y a la influencia de factores de formación y de deformación profesionales y culturales. Por de pronto, a mí me sirve para justificar que no ensayaré ni una exacta construcción histórica, ni menos aún una reproducción de hechos con pretensiones de certeza; tampoco apelaré a una pura transmisión de una subjetividad interactiva con los sucesos narrados: pero advierto que esa subjetividad estará inevitablemente presente, no para transformarme en un coprotagonista que combina componentes de realidad con impulsos y emociones, pero sí para justificar mi defensa de la utilidad de mis recuerdos.
Han sido frecuentes las ocasiones en que me han propuesto y hasta solicitado que escriba sobre esta saga de acontecimientos y de experiencias vitales ligada a aspectos tan trascendentes como poco transitados de la lucha antidictatorial en la Argentina , y no lo han sido menos las que rehusé hacerlo por la porción de compromisos y sentimientos personales que sabía no podría trasladar al relato. Lo que menos quería era que ese compromiso en el que pretendían ponerme tuviera el resultado de una novela o un poema sinfónico sobre la vida de un héroe.
LA DECISIÓN DE ABORDAR EL TEMA
De todas estas limitaciones emergí a partir de un detonante, una película documental de Nanni Moretti que cerró las exhibiciones del ciclo del BACIFI en Buenos Aires, y que luego fuera estrenada en alguna sala comercial a mediados de agosto de 2019. Para quienes no hayan tenido ocasión y fortuna de ver “SANTIAGO, ITALIA”, informo que se trata de un relato documentado francamente dividido en dos vertientes de enfoque: la del golpe de estado del 11 de septiembre de 1973 que destrozó el modelo de construcción social, económica, política y cultural del Chile presidido por Salvador Allende; y una reconstrucción del papel jugado en esas circunstancias por la República de Italia.
En esa segunda vertiente documental Moretti se detiene en el dato de que Italia se negó a reconocer a la dictadura pinochetista, quiebre de las relaciones diplomáticas regulares que puso en escena a funcionarios de menor rango para atender las cuestiones de esa índole y las consulares en Chile. Pero lo más sorprendente de ese ‘status’ consistió en el hecho de que, pese a la constante y muy activa vigilancia militar y de carabineros sobre las inmediaciones de la embajada de Italia, en Santiago de Chile, alrededor de 500 perseguidos por la dictadura lograron, con ayudas tanto externas como internas, trepar a los muros exteriores, que para entonces tenían unos dos metros de altura, descolgarse al interior de su parque y refugiarse en su interior. Claro que también cayó desde ese muro algún ciudadano asesinado por los carabineros y soldados chilenos en su intento de superarlo.
Para atender a las negociaciones tendientes a la protección, organización de la vida de tantas personas provenientes de diferentes visiones políticas, ideológicas y de formación, individuos o incluso grupos familiares, y obtener documentación, permisos y garantías para su ulterior exilio, fue trasladado desde Buenos Aires un joven funcionario diplomático italiano, que para entonces no superaba los 28 años, quien tomó las riendas de semejante empresa desde su función de vicecónsul. Se trata de Enrico Calamai.
En Chile, la actividad de ENRICO CALAMAI contribuyó decisivamente a la salvación de varios centenares de chilenos, quienes fueron acogidos por un pueblo italiano que los apoyó muy activamente para que pudieran insertarse en sus condiciones de exilio, conseguir empleos y construir en ese nuevo escenario europeo su vida y su futuro. Claro que ayudaba un estado de conciencia político y social de rechazo absoluto al régimen pinochetista, tanto en Italia como en la mayoría de los Estados y comunidades europeas. Pero no deja de ser llamativo uno de los últimos reportajes, el de un hombre que traslada esos episodios en el tiempo, y nos dice que esa Italia, para muchos, tenía ciertos parecidos con el Chile que estaba construyendo el gobierno de Allende; mientras que la actual se va pareciendo cada vez más al Chile de Pinochet.
LOS RECUERDOS DE LIBRANDI
En el año 2006, mi amigo, socio y compañero Atilio Juan Librandi, presentó su autobiografía, con un título tan simple y expresivo como “FUE” (Memorias de un abogado viejo y viejo abogado), en cuyas páginas 98 a 110 narra los episodios que compartimos, y que en enorme medida conciernen a ese ‘Consul Incómodo’ Enrico Calamai, tras ser repuesto en su cargo en el Consulado General de Italia en la Argentina, después del golpe de estado del 24 de marzo de 1976, terminada la saga de hazañas que protagonizara en el Chile pinochetista.
Voy a tratar de seguir este relato de Librandi, no solo por la veracidad de sus recuerdos y en su homenaje (se despidió de nosotros hace pocos meses, a los 99 años), sino porque refrescan los míos desde el nivel en el que me tocó vivirlos.
Atilio se refiere al modo en que compartíamos ambos tareas y responsabilidades en esa compleja aventura inserta en la lucha por los derechos humanos. Yo prefiero destacar el papel de él y su vínculo con Calamai, para poder ubicarme más en el espacio del testigo que el del coprotagonista de una actividad tan absorbente como riesgosa. En muchos casos, y especialmente en aquellos que correspondían a acciones judiciales por detenidos-desaparecidos de conocimiento público1, procurábamos el co/patrocinio de algún otro abogado de prestigio, y uno de los que no se negó a mi requerimiento en más de una oportunidad fue Raúl Alfonsín.
Librandi dice haber sido ‘contratado’ por el Consulado de Italia a mediados de 1976, y para ocuparse de la suerte de los desaparecidos de nacionalidad italiana y descendientes de los mismos. Se remite, en cuanto a las circunstancias y forma de esa contratación, a un libro del propio Enrico Calamai2. Transcribo, en su traducción, la versión de Calamai sobre este episodio:
Hacemos partir los primeros pedidos de noticias para la policía y buscamos un abogado que pueda ayudarnos. Las respuestas de la policía no llegan. Encontrar un abogado resulta todo menos que fácil. Los pocos que se ocupaban de violaciones de los Derechos Humanos son a su vez perseguidos… Son pocos los que aceptan venir a conversar al Consulado, y la mayor parte de ellos rechazan apenas entienden de qué se trata. Los pocos que aceptan, declinan el encargo pocos días después, sin explicaciones.”
Las dificultades para encontrar un abogado para los habeas corpus no parecen disgustar demasiado a las cúpulas del Consulado y Embajada. Pero el Cónsul General comete el error de hablar con los consultores, entre los cuales… Filipo Di Benedetto, quien desde hace poco tiempo sustituyó a Aloisio en la dirección del Patronato Inca-CGil.”
Se ofrece para buscar un abogado, y el Cónsul General acepta, convencido que será imposible. Al contrario, pocos días después nos presenta al abogado Atilio Librandi, un cincuentón, argentino de nacimiento pero de ascendencia italiana. No desconoce pertenecer al Partido Comunista Argentino. Un partido que, como bien saben mis superiores es progresista pero ciertamente no revolucionario3
El abogado Librandi no formula particulares requerimientos económicos, pero insiste en obtener del Consulado que lo acredite como nuestro consultor jurídico, a los fines de poder justificar su actividad a los ojos de los militares, que ya operan en todo el sistema institucional argentino. Es una propuesta que fue evaluada por toda la pirámide jerárquica de mis superiores. La cual, unánimemente, decreta la absoluta imposibilidad. Pero él acepta lo mismo y comienza a presentar los primeros pedidos de ‘habeas corpus’ en el áulico lenguaje jurídico argentino.”
Atilio y yo éramos, además de íntimos amigos, socios en el estudio de Paraná 26, 1º C, de la ciudad de Buenos Aires, y compartíamos,  por entonces, tres militancias políticas y sociales: la partidaria, y las de defensa jurídica de derechos de los trabajadores como abogados laboralistas, y la de defensa de derechos humanos en la órbita de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre (hoy Liga Argentina por los Derechos Humanos).
Recuerdo los debates y análisis de nuestros riesgos en esos días, que llevaron a la aceptación de la informalidad de esa tarea para el Consulado, y el compromiso de abordarla juntos y asumiéndolos. No era una decisión ‘suicida’, como le escribe Librandi a Calamai en una carta, sino el ejercicio de una responsabilidad militante. Al menos logramos que para cada presentación judicial fuera suministrada una nota en la que constaba que era el Consulado el que solicitaba nuestros servicios para el caso. Además, se encomendaron a Atilio algunos otros asuntos o consultas como ‘avvocato di fiducia’, pero tampoco medió un nombramiento formal. Para nosotros era evidente que pugnaban dos líneas opuestas, una de las cuales estaba encabezada por el Embajador y su séquito, que compartían intereses y complicidades con la dictadura; y la opuesta por nuestro héroe, tan incómodo para ellos y su gobierno central como para que decidieran degradarlo, en 1977, trasladándolo a Nepal. Pero la tarea iniciada por él, aún sin su singular empuje y audacia, pudo continuar con sus sucesores en el viceconsulado y un nuevo Cónsul General.
Para los primeros, según afirma Librandi, “se había buscado una forma anodina, lo más anodina posible, de salvar la cara, las apariencias. Y para este propósito no se vaciló en poner a alguien –a mí me tocó ser ese alguien- ante el monstruo, a jugar su vida y su muerte, quizás también la de sus familiares y amigos·”4 Lo que afirma Atilio es que había una lucha personal (añado, heroica) de Calamai tratando de mitigar la conducta canallesca del gobierno de su país, y vincula esa lucha con su pronto traslado a otro destino en los primeros meses de 1977. Los intereses del gobierno italiano y de los negocios que empresas italianas realizaban con la dictadura argentina eran demasiado superiores a la máscara de atención que aceptaban brindar a los demandantes de protección.
Creo conveniente aclarar que esa conducta de verdadera complicidad con la dictadura, disfrazada de algún modo por la necesidad de recibir y escuchar a los familiares que acudían al Consulado, tras ser rechazados en la Embajada, tuvo un cambio muy sustancial cuando asumió la presidencia de la República de Italia Sandro Pertini, a mediados de 1978, quien se puso abiertamente del lado de las conductas de defensa de los derechos humanos en la Argentina, a través de su funcionariado en el Quirinale.
Una prueba de esto es la de que, sin vínculo contractual profesional visible, le fuera otorgado a Atilio Librandi el título honorífico de “Cavaliere de la Ordine dei Mérito de la República Italiana”, en ceremonia presidida por el propio Sandro Pertini. Esa mayor cobertura o reconocimiento se tradujo también en la decisión de adoptar algunas mínimas medidas de protección a nuestra tarea, como la de la colocación de una placa en la puerta de nuestro estudio, ya trasladado a Bartolomé Mitre 1371,1º B que daba cuenta de que éramos ‘abogados del Consulado General de Italia en la Argentina’.5 Ese premio honorífico, y sus reales motivos, destacaron para nosotros la figura de ese anciano presidente italiano, que vino como tal a la Argentina, ya en visita oficial, en 1985, con Alfonsín como presidente.
Suspendo aquí el relato de Atilio Librandi, porque en la continuidad de esas tareas ya no participaba nuestro ‘héroe incómodo’ Calamai, aunque continuaron incluso después de instaurado el gobierno constitucional presidido por Alfonsín, con apoyo de otro Cónsul, el Dr. Baronceli, con una cantidad de hábeas corpus, presentados por numerosos detenidos desaparecidos, uno de ellos a favor de 45 personas, en el que fuimos obligados a litigar en 45 procesos individuales, con múltiples pruebas, que concluyeron con sentencias de varias instancias adversas, porque lo que no podíamos acreditar era el hecho de que los beneficiarios se encontraran en la situación ‘actual’ de privación ilegítima de la libertad. Con igual o similar resultado se encararon otras acciones de responsabilidad penal, correspondientes a las algo más de 320 carpetas que logramos analizar, del total de alrededor de 850 en las que habíamos tenido intervención o correspondientes a denuncias de ciudadanos sin trámite judicial previo. 6
La actividad profesional vinculada a esta tarea de defensa jurídica de los italianos o descendientes de tales continuó, con mayores o menores apoyos y mayores o menores resistencias, hasta el año 1990. Pero este relato tiene que volver a su cauce, que es la memoria y el homenaje a Enrico Calamai, en ese año crucial de su desempeño en la Argentina tras su asombrosa labor en Chile.
VOLVAMOS, PUES, A CALAMAI
Confieso que sabíamos, por algunas infidencias no procuradas de familiares consultantes, que en algún rincón del propio Consulado Enrico Calamai alojaba y refugiaba en condiciones de clandestinidad a perseguidos. En algunos casos, también intuíamos que, además de aquellos que estaban ‘legalizados’ como presos a disposición del Poder Ejecutivo, y que con actuación consular  y profesional podían ejercer el derecho de salir del territorio nacional, los había que habían obtenido ese refugio provisorio hasta que les fuera confeccionada documentación que les permitiera viajar, muchas veces con nombres y documentos falsos, para eludir la persecución, la aprehensión y la previsible desaparición forzada. También nos constaba que, en varios casos, era el propio Calamai quien acompañaba a sus ‘liberados’ hasta el pie del avión en el que embarcaban, o, incluso, hasta el Brasil en tránsito para Europa.
Por cartas de esas víctimas salvadas (por cierto escasas, como si casi todos trataran de olvidar ese pasado de angustias y terrores) también sabíamos de la acogida que recibían en Italia, por parte de organizaciones y personas que se concertaban para apoyar su inserción en ese país y la obtención de trabajo, entre las que se destacaba un hermano del propio Enrico Calamai, con el apoyo político y logístico del Partido Comunista Italiano y de dirigentes y representantes sindicales.
Hace poco tiempo, y por un proceso de búsqueda iniciado tras el impacto que nos produjo la película documental ‘SANTIAGO, ITALIA’ de Moretti, que mencioné más arriba, encontramos dos documentos excepcionales sobre la trayectoria de Enrico Calamai. Uno, una serie en 6 capìtulos de la RAI, realizado en el año 2008, en varios de los cuales se entrevista al propio Calamai, y en dos de ellos a Atilio Librandi, y otro en una versión unificada del mismo material, realizada en el año 2014.7
Ambos documentales recogen múltiples testimonios de los exiliados salvados por la acción y el coraje civil de Calamai, algunos con muchos datos como el de la abogada Wanda Fragale, que fuera esposa de un detenido desaparecido de apellido Anguita, y otros con detalles sobre aquella hospitalidad del pueblo italiano que permitió su adaptación al país de refugio. Aclaro que, en ambos filmes la locución y diálogos son en italiano, y que no les vendría nada mal la obtención de leyendas al pie en castellano para su más plena comprensión.
OTROS REGISTROS GRÁFICOS
En una nota publicada por el diario argentino Página12 el 20 de mayo de 2012, con el título “La democracia fue cómplice”, se menciona al entrevistado Enrico Calamai como un héroe silencioso, equiparable al tan recordado Schindler, y la producción cinematográfica sobre ese magnate alemán que rescató un millar de judíos condenados a morir en Auschwitz. En ella se afirma que “Calamai arriesgó su vida y malogró su carrera en el servicio exterior italiano por haber brindado cobertura a cientos de militantes en fuga. ‘Nunca me detuve a contar la gente que pasó por nuestro escritorio, realmente no sé cuántos recibieron nuestra ayuda para poder salir con vida de Argentina’, comenta Calamai, durante la entrevista realizada en su casa de Roma.” Transcribo algunos párrafos de esa nota, firmada por Darío Pignotti.
Su biografía es la de un diplomático inusual, en 1976 y 1977, mientras las embajadas occidentales, incluso la italiana, reforzaban portones y muros para evitar ser invadidas por opositores en busca de asilo, en su oficina del consulado italiano se los atendía y en ocasiones hasta se les brindaba refugio. Calamai habría prestado ayuda a unos 400 perseguidos por los militares, de acuerdo con un programa especial sobre su proeza realizado por la RAI, canal público italiano… El cerco del Cóndor se había tornado prácticamente invulnerable a comienzos de 1977” Dice Calamai: ‘ Sabíamos que el Cóndor estaba actuando, aún no lo conocíamos por ese nombre, pero teníamos noticias de que los militares argentinos se coordinaban con brasileños, chilenos y uruguayos para acabar con la resistencia, que estaba en absoluta inferioridad de condiciones para poder escapar.’ El autor de la nota afirma que gracias a la cobertura del diplomático lograron burlar al Cóndor brasileño-argentino, que en esos años había reforzado el intercambio informativo para cazar “terroristas montoneros y del ERP”, como se lee en documentos a los que tuvo acceso este diario.”
Y continúa: “Los cientos de italo-argentinos que huyeron del genocidio gracias a su ayuda, no le valieron de mucho a Calamai, quien después de cinco años de actuación diplomática en Argentina fue degradado a una oficina en Nepal. Dice el entrevistado: “Supongo que mi trabajo en Buenos Aires no estuvo a la altura de lo que esperaban mis superiores”… “Directa o indirectamente, las principales embajadas fueron informadas por los militares, descuento que también la del Vaticano, esto parece más que obvio, antes del 24 de marzo, de que se venía el golpe. Ahora, con el pasar del tiempo, comprendo que alrededor del Cóndor se formó un sistema de complicidades entre las embajadas y los militares argentinos. La diplomacia es algo muy cercano al poder, y así lo fue durante la dictadura”.
El periódico electrónico COHETE A LA LUNA, en su edición del 11 de febrero de 2018, transcribe párrafos de una conferencia de Enrico Calamai tras la entrega de un doctorado honoris causa a Vera Jarach, Estela de Carlotto y la mejicana Yolanda Mora. Es sumamente interesante verificar los paralelos que ensaya en ese discurso entre el nazismo, la dictadura de Videla & Co., y la derechización de procesos políticos en su país y en la Europa contemporánea. Tomo de ese discurso lo siguiente:
Se dice que en los primeros meses de la Segunda Guerra Mundial, al enterarse por los servicios de información de la Solución Final iniciada por los nazis, Churchill exclamó: ES UN CRIMEN SIN NOMBRE. …(ese nombre es genocidio) …. Es necesario tener en cuenta la existencia de algo similar a una estructura cuadrangular subyacente tanto a la Solución Final como a lo sucedido en la Argentina. Primero, la existencia en el cuerpo social de una minoría, con la que la mayoría no se identificó… En segundo lugar, el secreto con el que se estudiaron, aprobaron y pusieron en práctica la Solución Final y la estrategia de la desaparición. En tercer lugar, la enormidad de lo planeado, que dificultó su comprensión. Por  último, pero no menos importante, el papel de los medios de comunicación, o más precisamente el silencio  o la desinformación sistemática, que hizo posible la falta de conciencia de la opinión pública, el aislamiento de la credibilidad de cualquiera que tratara de crear conciencia.”
“…Frente a un peligro que puede afectar a todos, la solidaridad es menor. La sociedad se derrumba, se quiebra, se atomiza. La arrogancia del poder hizo emerger a las Madres, la nueva Antígona colectiva, cada una comprometida con todos los jóvenes desaparecidos en los que terminó por convertirse en una política que tiene como pilares la memoria social, la verdad y la justicia. Lo que los militares argentinos consiguieron con el silencio cómplice de los Estados, saldrá a la superficie después de la caída de la dictadura. La joven democracia argentina, junto con el gobierno francés, propondrá en las Naciones Unidas lo que luego se convertirá en la Convención internacional contra la desaparición forzada de personas. Pero a pesar de estar prohibida, la desaparición seguirá resurgiendo donde y cuando los que están en el poder crean que hay condiciones favorables.”
Más acá en el tiempo, de una entrevista de Pablo Roesler para Tiempo Argentino del 26 de agosto de 2018, extraigo estos conceptos :
«Era como si al mismo tiempo hubiera dos realidades, cada cual excluye la posibilidad de la otra. Eso era como de locura. Te venía la tentación de decir ‘no es posible, me están engañando’, de no creer lo que te contaban. Pero sin embargo sabía que era verdad. Eso fue muy dramático, muy esquizofrénico. Eran dos mundos opuestos», dice Enrico Calamai, en el estudio de su casa de Roma al recordar la dictadura cívico-militar argentina. En 1976 tenía 31 años y era cónsul de Italia en Buenos Aires, y desde ese puesto logró sacar del país y salvar de la desaparición a cerca de 500 perseguidos políticos. Les dio refugio en un cuarto del consulado, les hizo pasaportes italianos y los envió a Italia. Durante el primer año del genocidio fue un héroe silencioso. Pero al volver a Roma llegó a creer que esa ultra/violencia con la que había convivido era producto de su imaginación afiebrada: nadie le creía porque los relatos que había escuchado a las víctimas convivían con una sociedad que fingía que nada ocurría, con diarios que titulaban total normalidad. Ese ocultamiento es la herencia que los dictadores argentinos le dejaron al mundo occidental, reflexiona ahora. Y recuerda el barco a la deriva cargado de exiliados en el Mediterráneo y advierte por el fenómeno migratorio y la xenofobia en Europa. «Lo que ocurrió en Argentina tiene actualidad, no terminó. Y esa actualidad es la manipulación mediática», advierte.
Más adelante, leemos: “Cuando llegó el golpe de los militares argentinos todo el mundo estaba esperando que ocurriera algo como lo de Chile, pero en lo aparente no ocurría nada. Buenos Aires estaba tranquila, el tráfico era el de todos los días, los cines estaban llenos de gente, los restaurantes con gente esperando. Esa misma impresión tuvieron periodistas que llegaron de diversas partes del mundo y no encontraron nada que filmar: no había tanques, no había cadáveres, no había enfrentamientos. Parecía que los militares argentinos habían logrado el milagro de imponer su orden sin matar gente. Entonces eso hizo circular la idea a nivel mundial de que no pasaba nada. Pero eso duró muy poco para mí. Empezó a venir gente al consulado a solicitar ayuda. Entonces comprendí que había una modalidad distinta de reprimir, que no es que no había represión sino que era diferente. A la semana del golpe en la oficina del consulado comenzó a recibir italianos que llegaban de distintos lugares de Buenos Aires y el Conurbano. Todos contaban lo mismo: que una patota había entrado por la noche pateando la puerta, que los golpearon, que habían robado desde dinero, abrigos y electrodomésticos y se habían llevado a su hijo o hija que ahora no aparecía. «Venían al consulado porque no habían conseguido ningún abogado que presentara un hábeas corpus. Pero el hecho curioso es que todos decían prácticamente lo mismo.»…” Había dos tipos de situaciones: la de los familiares, en general matrimonios de italianos con hijos nacidos en Argentina, y la de los chicos jóvenes que llegaban y decían que ya no tenían dónde esconderse, que los perseguían, que si salían a la calle los atraparían y de seguro los torturaban y mataban. Lo que era asombroso y desestabilizador es que yo en mi oficina comprendía lo que estaba ocurriendo pero cuando salía a la calle todo era normal, como si nada pasara. Eso fue lo que me hirió, creo que psicológicamente.
Calamai utilizó las herramientas que tenía a mano: por su cargo firmaba los pasaportes y podía pedir a Roma la repatriación. Pero el problema era dar refugio en el consulado y conseguir el documento argentino a quienes llegaban con nada a pedir socorro. «Había que encontrar dónde esta gente pudiera dormir. Y encontramos una habitación en el consulado, que si bien no era extraterritorial, era muy difícil que los militares ingresaran porque querían evitar cualquier escándalo. Pero el problema verdadero era el documento, entonces yo iba a la Cancillería argentina a hablar con el capitán Seisdedos», recuerda.” Cuando llegaba alguien con ese problema yo llamaba a Roma a mi hermano que trabajaba en el Partido Comunista o a (el gremialista) Fillipo De Benedetto, para que el PC, los sindicatos o alguien pidiera información sobre ese ciudadano italiano al Ministerio de Asuntos Exteriores. Había una colaboración entre los ministerios argentinos e italianos en ocultar, que todo quedara bajo la mesa, entonces en cuanto había riesgo de escándalo mandaban instrucciones para que nos interesábamos por esa persona. Entonces yo iba con Seisdedos y le decía que estábamos preocupados por tal joven, que sus familiares en Italia amenazaban con hablar con los periódicos y que no queríamos escándalo. Siempre hablábamos lo mismo. Al final me decía que íbamos a recibir noticias, pero a veces tardaban meses. Era como un juego porque ellos sabían todo. Pero luego había que ir en persona a buscar el DNI a la calle Moreno y no respirábamos hasta que se los entregaban. Incluso hubo casos en que no quisieron ir a buscarlos, porque había que enfrentar esa situación de sumo riesgo, entonces hubo quienes se hicieron ellos los documentos, porque tenían cierta experiencia.»
Narra los métodos utilizados para lograr sacar del país a esos perseguidos, y a continuación  relata su odisea al retornar a Italia: “Me llamaron como testigo en los juicios de Italia de finales de los ’90. Fue muy importante porque al regresar a Roma yo estaba mal de la cabeza, con grandes problemas y había llegado a pensar que lo que había ocurrido eran fantasías mías. Porque nadie hablaba. Y nadie me escuchaba. Así llegué a convencerme que debía olvidarme de todo aquello que ni siquiera sabía si era verdad. En el juicio mi miedo era que saliera lo de los pasaportes, porque no era totalmente legal lo que había hecho. Pero lo que ocurrió fue que reconocí gente que había pasado por el consulado y que por lo tanto no eran sueños ni fantasías, sino realidad. Que lo que en Italia y en todo el mundo se había ocultado, era la verdad.”
Tras referirse al papel de ocultamiento de los medios, concluye que lo que comenzó en la Argentina sigue ocurriendo:  «Europa, el mundo occidental, está fomentando y practicando guerras, apoyando dictaduras, explotando Estados y eso produce un éxodo estructural de migrantes y refugiados que vienen hacia un mundo occidental que no quiere ni verlos ni tenerlos, entonces los hace desaparecer. Entonces Italia y Europa externalizan sus fronteras, las empujan hacia el sur. Lo que importa es que no lleguen, que no aparezcan, que no se vea que los hacemos morir. Se sabe pero no se sabe. Y no se ve. Creo que estamos viviendo una época trágica que se desenvuelve con mecanismos análogos a la desaparición.» 8
El 10 de diciembre de 2004, Día Internacional de los Derechos Humanos, el embajador argentino en Roma condecoró con la “Orden del Libertador General San Martín” en el grado de Comendador a Enrico Calamai. Recomiendo la lectura íntegra del discurso pronunciado al recibir la condecoración. 9
ACOTACIONES FINALES
La actitud de Atilio Librandi, que yo acompañé compartiendo tareas, responsabilidades y dificultades durante ese singular período, nos parecía propia de esa porción inseparable de nuestra actividad profesional de defensa de los Derechos Humanos. Ambos comprendíamos que el derecho del trabajo, cuya praxis compartíamos y en el que yo batallaba en el campo académico y luego en la docencia universitaria, no era sino un capítulo del derecho internacional y nacional de los derechos humanos.
Tal vez la vorágine de esas tareas y de sus demandas permanentes inhibieran parcialmente nuestra conciencia sobre los riesgos reales, palpables y harto visibles que corríamos al realizarlas, y el que trasladábamos a nuestras familias. Algo similar, así sea en otra escala, ha de ser lo vivido por Calamai, que incluso confiesa los trastornos que sufrió al salir de esta pesadilla, al extremo de haber llegado a creer que todo eso no había sucedido.
Parte de esas tareas las realizábamos sin apoyos ni demasiadas comprensiones internas, puesto que en los organismos políticos e, incluso, los sociales de defensa de derechos humanos, parecía establecerse una suerte de barrera que limitaba la actividad respecto de las víctimas de persecución que estuvieran o hubieran estado comprometidas con organizaciones armadas o guerrilleras. Y eso, por supuesto, no era un límite en el caso de aquellos por los que se procuraba nuestro auxilio técnico y profesional.
Por eso esta relación entre la divulgación del heroísmo de Enrico Calamai y mi homenaje a la memoria de Atilio Librandi: porque creo que sin ese recíproco estímulo endogrupal, ese contagioso coraje cercano a la hazaña, no hubiera sido posible resistir las enormes presiones y los sinsabores permanentes que acompañaban nuestros siempre fallidos intentos de obtener justicia. Yo, al menos, no habría sido individualmente capaz de participar, en la modesta escala comparativa en que me tocó hacerlo, en esa aventura constante y compleja.
La zona de sombra entre la historia y la memoria, ese trasfondo de la propia vida a que se refiere la cita de Hobsbawm con la que inicié este doble homenaje, puede deformar la lente de quien transita por ella. En todo caso, pido disculpas si en ese tránsito tropecé con las paredes de lo emotivo.
CABA, octubre de 2019.
1Por ejemplo, en el caso de Haroldo Conti.
2“Niente Asilo Político, Diario di un Colole Italiano Nell’Argentina Dei Desaparecidos”, (Editore Reuniti, junio de 2003)
3SIC del texto parcialmente transcripto de Calamai.
4Pag. 99, ob. Cit.
5Por supuesto que eso no generaba extraterritorialidad alguna, como tampoco la tenía la propia sede del Consulado General de Italia, pero nos consta en algún caso, y suponemos que habrá sucedido más de una vez, que algún ‘grupo de tareas’ se detuvo en su accionar contra nosotros para evitar conflictos con un país ‘amigo’. Ambos consideramos siempre que era más eficaz que esa condecoración que solo alcanzó a mi socio porque yo no tenía, como él, la doble nacionalidad argentino-italiana.
6Ese análisis lo hicimos en la sede de la Embajada de Italia, donde habían sido trasladadas las carpetas, y no sin dificultades operativas diversas producto de las reticencias de su personal.
7Se pueden ver las dos versiones bajo el título de ENRICO CALAMAI, UN EROE ESCOMODO, por Youtube, en el ciclo LA STORIA SIAMO NOI, de la RAI. Las recomiendo, al menos para quienes pueden comprender el idioma italiano. En total no superan los 50’ en una visión continuada.
8Marcelo Larraquy elabora un relato histórico sobre este ‘Schindler’ en la Argentina, en una nota publicada en INFOBAE del 3/10/19, con contenidos similares relativos a sus proezas.
9Está publicado en Le Monde Diplomatique, edición Conosur, Nº 68, de febrero de 2005.

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